Revista Ciclismo

El día que Nico conquistó el tiempo

Por Carlosr

El día que Nico conquistó el tiempo

Relato corto “El día que Nico conquistó el tiempo” – Desde Gijón y en Bicicleta

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Este cuento no trata de villanos, heroínas ni mundos lejanos. Voy a contaros una historia sencilla de una persona corriente. Es sobre Nico, un joven muy trabajador y prodigio de eficiencia, amado y respetado por su control del tiempo.

Doña Simoneta, la jefa de Nico, pensaba que nadie había sido tan puntual, cumplidor y competente en la historia de la humanidad. Sus compañeros y compañeras de trabajo le adoraban como si fuera Cronos, el dios griego del tiempo. En el barrio las vecinas nunca se cansaban de comentar lo buena persona y puntualmente servicial que era Nico. Los chismes y habladurías sobre él casi parecían cantares de gesta que pasaban de bloque en bloque y de abuelas a padres y de madres a hijos.

Nico no se daba mucha importancia. Pensaba que la clave de su éxito era la organización. “Mide dos veces y corta una” le había aconsejado su padre con sabiduría de ebanista cuando era niño y lo hizo su lema para toda la vida. Antes de emprender cada tarea, pensaba, analizaba y planificaba y después seguía el plan sin desviarse ni un milímetro. Invariablemente, todo le salía a la perfección.

Pero Nico sentía que en su vida casi perfecta había un agujero negro: los desplazamientos por la ciudad. El autobús no era totalmente fiable aunque pudiera usar una app o hacer los más complicados cálculos estadísticos para predecir su llegada. El coche era aún peor: ni sabía lo que iba a tardar en llegar a su destino ni cuando ni donde iba lograr aparcar el “trasto infernal de llegar tarde” como llamaba él a su flamante deportivo.

Algunas noches le asaltaban pesadillas en las que él estaba atrapado en un gigantesco atasco de coches-reloj y se despertaba gritando desesperado. Sin poder conciliar el sueño, se quedaba horas en la oscuridad de la habitación, buscando una solución para su problema de transporte.

Esta tarde cuando salgas de la oficina, vete al número 11 de la calle Mercedes y encontrarás la solución” le dijo un día en el ascensor Don Indalecio, el venerable anciano profesor del 4º derecha, que le observaba cada mañana subirse al coche como quien va a la horca.

Intrigado por el consejo de Don Indalecio, a la hora exacta de finalizar su jornada estaba fichando Nico para descubrir que le esperaba en esa calle. Nervioso, cogió su veloz deportivo y condujo azorado hasta su destino en una carrera frenética que, sin saberlo, iba a ser su último viaje en coche del trabajo a casa.

Tras dar cien vueltas, enfadado por haber perdido otros preciosos 30 minutos aparcando, dejó el coche a casi dos kilómetro de su destino. Caminó rápidamente hasta la calle Mercedes, buscó el número 11 y se encontró ante el local de Splendor Cycles, un taller de bicicletas. En la fachada, medio cuadro de bicicleta anunciaba el negocio y una vez dentro le maravilló el abigarrado conjunto de bicicletas nuevas y viejas, de componentes, recambios y complementos. Le gustaba esa decoración tan especial de la tienda y el olor a aceite y madera le trajo proustianos recuerdos de la carpintería de su padre.

Al punto, Rami, la solícita propietaria, audaz mecánica y paciente consejera le preguntó que deseaba. Y Nico le dijo lo que ‘más deseaba en su vida’: saber cuanto iba a tardar en llegar del punto A al punto B cuando se movía por la ciudad. Rami le miró de arriba a abajo y le preguntó:

  • ¿Cuanto mides?
  • Exactamente un metro con setenta y cinco centímetros y medio.
  • ¿A que distancia vives de tu trabajo?
  • Cinco kilómetros y 837 metros, centímetro más o menos.
  • ¿Quieres llegar feliz a tu trabajo?
  • Si, obviamente.

Sin mediar más palabras, Rami movió cinco bicicletas de clientes que esperaban ser arregladas, apartó dos bicis nuevas y se abrió paso hasta el escaparate de donde sacó una bicicleta negra de estilo clásico con el asiento y los puños de cuero marrón. Su simple visión ya subyugó a Nico.

  • ¿Te gusta?
  • Si. Mucho. Me encanta – dijo sin poder quitarle los ojos de encima.

Rami, con extraordinaria habilidad, hizo unos rápidos ajustes de altura en sillín y manillar, engraso un poco la cadena, infló bien las ruedas y la sacó a la calle. “Pruébala antes de quedártela” le dijo a Nico, guiñándole el ojo con complicidad. Nico se subió a aquella máquina y en cuanto dio la primera pedalada sintió que se había fabricado a su exacta medida con unos planos que secretamente su madre habría proporcionado al fabricante en algún momento desconocido. A cada gesto de Nico la bicicleta respondía grácilmente y el placer de sentir el viento en la cara con la velocidad le explotó en el corazón.

  • Me la llevo – le dijo a Rami cuando frenó exultante frente a Splendor Cycles.
  • Sabia elección.

A la mañana siguiente, Nico madrugó y se preparó para ir en bici al trabajo. En la calle puso a cero el cuentakilómetros, en marcha el cronometro y empezó a pedalear. Con el el aire fresco de la mañana en la cara, desde el sillín iba trazando el recorrido óptimo que había planeado ayer sin obstáculos ni interrupciones al ritmo humano que le proporcionaban los pedales. Frenando suavemente en los semáforos, adelantando coches atascados, ruidosos y humeantes, intercambiando sonrisas cómplices con la chica que iba en bici al instituto y el bicimensajero cargado de pequeños paquetes, llegó a su trabajo. 22 minutos y 14 segundos. Candar la bici, 2 minutos más. Caminar hasta su mesa, 1 y 15 segundos más. Total, 25 minutos y 29 segundos. Se le iluminó la cara. ¡Había tardado casi la mitad que el mejor día en coche!

En los siguientes días, Nico repitió el trayecto, de casa al trabajo y del trabajo a casa, una y otra vez con idénticos resultados: 25 minutos y medio, “segundo arriba, segundo abajo”. Y cada día aumentaba su alegría: había encontrado la solución a su pesadilla. La bicicleta le proporcionaba la forma de moverse por la ciudad de forma eficiente y sin pérdidas de tiempo por atascos, obras y demás circunstancias incontrolables.

En pocos días, todo el mundo comenzó a elogiar la nueva vida ciclista del modélico Nico. En parques, calles y cafés discutían sobre lo saludable, ecológica, económica y divertida que era la elección de Nico para moverse por la ciudad. Algunas personas le veían incluso más guapo, alto y delgado, como doña Simoneta que afirmaba embelesada que el sol y el viento le daban a su tez un aspecto muy atractivo. Otros decían que, gracias a la bicicleta, el inteligente jovenzuelo estaba ahorrando rápidamente para irse a Australia de vacaciones. Muchísimas personas le imitaron y empezaron a usar la bici cotidianamente. Y así Nico fue descubriendo, gracias a vecinas y compañeros, que además de ayudarle a conquistar el tiempo la bicicleta le había traído muchas más cosas geniales a su nueva vida sin pesadillas, ni noches sin dormir, ni cientos de horas perdidas dentro del “trasto infernal de llegar tarde”.


Este bicirrelato lo he escrito el 2 de abril de 2020 a petición de mi amigo Yago, profesor del CP Miguel de Cervantes de Gijón para el programa 7 de su Radio Ciclante. El 2 por la tarde lo leí, grabé, arreglé y mezclé con su fondo musical con Audacity. sin mucha pericia pero con buena voluntad. Después de grabado, le hice unos retoques al texto que podéis leer hoy.

A continuación, podéis oír todo el programa – que se puso “en antena” hoy a las cuatro en punto – y al final el relato narrado de mi viva voz desde el minuto 16:10.

https://www.ivoox.com/radio-ciclante-programa-7_md_49597559_wp_1.mp3 Ir a descargar

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