Toby Valderrama.
Hay días en los que el sol no se oculta, son pocos, escasos, pero existen. Los más frecuentes son los días que sólo son noche que se alarga hasta cubrir con sus tinieblas siglos de la existencia de los pueblos. La astronomía no puede explicar estos fenómenos, son más bien competencia del alma.
Es así, la luz que irradia el sol tiene su ciclo que se cumple con rigurosidad física, no así la luz que emana del fondo del alma, ésta depende de la unión de muchos en procura de objetivos altruistas. Esta conjunción no es frecuente, el humano es un ser extraño, quizá el único capaz de suicidarse en masa, de escoger a sus verdugos y además construirles la guillotina. Este enigma ha preocupado a los mejores talentos, no creemos que lo hayan descifrado.
El hecho es que el humano es una especie en guerra permanente contra sí misma, se deduce que es un especie dividida, no todos somos iguales, unos pocos tienen la posibilidad de aprovecharse de la riqueza de muchos, de su trabajo, de su tiempo, es decir, de su vida, de esclavizarlos de mil maneras. Esta ha sido la historia de la humanidad, el origen de la guerra de todos contra todos.
Los apropiadores pelean entre ellos, los despojados pelean entre ellos, los unos pelean con los otros. Sólo se entiende esta guerra si la vemos como la disputa por el bien más preciado que tiene la humanidad, su capacidad de transformar a la naturaleza: el trabajo.
Con el paso del tiempo las guerras, los artilugios militares, son asombrosos, parecen nacidos de laboratorios demoníacos: la bomba atómica, los drones, sólo se pueden comprender apelando a satanás.
Las formas de manipulación no son menos. El arma audiovisual es una realidad paralela que los apropiadores manejan a su antojo: la mentira se transformó en arte, el arte en instrumento político. Ya no hay teatro sino show de televisión, no hay música sólo existen peroratas.
La vida en sociedad, la comunicación humana, la conversación viéndose a los ojos, fue sepultada por unos aparatos que parecen tener vida propia, nos dominan con timbres, nos comunicamos más con sus pantallitas que con nuestros semejantes, el que no tenga celular no existe. Ya no hay amigos, sino seguidores que se cuentan por miles y hasta millones. Hablamos, opinamos, de forma anónima, tras la pantallita. Si nos
hackean la cuenta perdemos la personalidad, quedamos al margen del mundo. Las fotos frente al espejo sustituyen a la visión de lo real.
Este mundo de mentiras consigue que los desposeídos apoyen a sus verdugos, que los días sólo sean noches.
Pero hay situaciones, hombres predestinados, Chávez es uno de ellos, que rompen la dominación, gritan que todos podemos vivir sin apropiadores ni despojados. Cuando las mayorías acompañan a estos hombres de excepción el sol no se oculta y las sociedades brillan con la luz del amor.