Fuimos engañados como dos niños en busca de un dulce. En realidad fue en busca de un Fernet. Sí. Nos robaron intentando comprar Fernet en el mercado negro de Tánger en Marruecos. Fue toda nuestra culpa. Lo sabemos. Por suerte no fue un robo violento. Nosotros le entregamos voluntariamente el dinero a Bilar. El Araña ladrón.
Todo comenzó unos días atrás. Con Juan Cruz, mi compañero en este viaje por Marruecos, nos dieron ganas de tomar Fernet. Pero había un pequeño inconveniente: Marruecos es un país Musulmán por lo que la venta de alcohol está prohibida.
Todas las noches íbamos a cenar a un restaurante del cual nos habíamos hecho muy amigo del mozo. Munir era el nombre de este simpático marroquí. Un hombre de unos 50 años que estaba parado en la puerta del restaurante todos los días, con dos menúes en las manos, atrayendo clientes al local. Una noche le preguntamos a Munir donde podíamos conseguir Fernet. Él nos indicó un local en la zona céntrica de la ciudad que le vende alcohol sólo a los extranjeros que residen en Marruecos, pero nos aclaró que seguro hacían excepción con los turistas. Así que al otro día nos dirigimos hacia ese lugar en busca de nuestra bebida milagrosa. Pero no tuvimos suerte. No había Fernet. Había: vinos, bebidas blancas, cervezas, whisky, pero no el tan aclamado y delicioso Fernet.
Derrotados volvimos esa noche a comer al restaurante. Le contamos lo sucedido a nuestro amigo Munir y nos dijo que si no había ahí, no había en ningún lado. No debe ser una bebida común en los extranjeros que viven acá por lo que no la traen para la venta. Era razonable.
Nos olvidamos por un tiempo, mientras comíamos unos ricos y baratos sándwiches de atún y calamar con papás fritas.
Cuando nos estábamos por ir se acerca Bilar a la mesa. Un muchacho alto, de nariz ampulosa, tatuajes en las manos y muy flaco que estaba dando vueltas por el restaurante. Con el pretexto de nuestro acento argentino se nos pone a hablar. Nos cuenta una larga historia de su vida viviendo en Madrid con unos gitanos. Que le pegaron dos tiros por no querer participar de unas bandas en la capital española. Que uno de sus mejores amigos es argentino. Que su madre siempre le enseñó que tiene que hacer el bien. Que será recompensado por esto. Que cada vez que hace una buena acción, Dios se lo devuelve veinte veces. Que trata de ayudar siempre a los latinos porque están en la misma que ellos (los marroquíes) y no se cuántas cosas más. Le creímos. Parecía sincero. Hasta se le llenaban los ojos de lágrimas cuando hablaba de Luís, su hijo que está viviendo con la madre en Madrid. Nos saludamos. Nos despedimos con un apretón de manos y en ese momento se nos ocurrió preguntarle a Bilar, como amigo que éramos a esa altura, si sabía donde podíamos conseguir Fernet en Tánger.
- ¿Qué tienen con el Fernet ustedes los argentinos? -dijo-. Yo conozco un lugar donde podemos conseguir Fernet. Casualmente la semana pasada llevé a un grupo de argentinos por Fernet. Le querían cobrar catorce euros pero yo se lo saqué por ocho. Vengan conmigo.
Hizo como que limpiaba la mesa donde estábamos nosotros. Gritó algo para adentro del restaurante pidiendo permiso para salir, como si fuera empleado del lugar. Y lo seguimos por las callejuelas oscuras y laberínticas de la Medina de Tánger.
Bilar hablaba sin parar y caminaba muy rápido. Nos dijo que trabajaba de Guía para el restaurante llevando a los turistas por la ciudad. Una Araña, como se los conoce a estos personajes en Tánger. Que algún día nos iba a invitar a comer. Que le caíamos bien. Que él se llevaba de puta madre con los argentinos. Y eso.
Llegamos a un callejón muy poco iluminado y frenamos en una puerta. Nos dijo que teníamos que esperar porque el dealer del Fernet estaba rezando. Había otra persona también esperando. Ahí fue cuando nos pidió los ocho euros. Le dimos cien dinhars (diez euros) porque no teníamos cambio. Y en esta parte de la historia sucedió algo extraordinario. Bilar tomó el billete de cien, fue hasta un mercadito que estaba a unos pasos, pidió que le cambiaran los cien dinhars y nos devolvió veinte. Seguimos esperando a que el hombre que nos iba a vender el Fernet terminará con su rutina religiosa.
Después de cinco minutos de esperar en la penumbra se asomó este hombre. Intercambiaron algunas palabras en árabe y nuestro buen amigo Bilar nos dijo que se le había terminado el Fernet. Pero todavía se podía conseguir. Sólo que teníamos que ir hasta el Socco Chico, una zona de bares muy popular en la Medin a. Alli se encontraba el supuesto jefe de todos los vendedores de alcohol de la ciudad.
- Seguro que ahí conseguimos.
Lo seguimos otra vez. Caminaba más rápido que antes y hablaba sin parar. Llegamos al Socco Chico y nos dijo que teníamos que esperar allí porque no podíamos ser vistos con él. Y se perdió en un callejon que parecía sin salida. Con nuestros ocho euros. Ahí quedamos. Parados como dos perejiles esperando que Bilar vuelva con nuestro Fernet. Pasaban los minutos y nada. Nos asomamos al callejón y nada. Se nos acercó un loquito del barrio, de esos que nunca faltan, y nos dijo:
- Mala suerte hoy.
Y mostró su dentadura con más huecos que dientes.
- ¿A quien prefieren a Julio Iglesias o a Enrique Iglesias? -continuó hablándonos el loquito, mientras saltaba y baila como el Chavo del Ocho.
Ocho euros fue lo que perdimos en esa aventura, porque después de esperar por más de media hora nos rendimos y volvimos al hostel. Con la cabeza baja. Sin pronunciar palabras. Caminando entre las callecitas oscuras de la Medina como dos mendigos. Arrastrando los pies. Con nuestra vista en el suelo gastado y sucio.
Cuando llegamos al hostel nos miramos con Juan Cruz a los ojos. Eran miradas tristes. De desolación, porque no teníamos el Fernet y habíamos sido engañados con el cuento del Tío en Marruecos.
Al día siguiente fuimos al restaurante. Ahí estaba paradito en la entrada Munir (como siempre). Nos recibió con una sonrisa (como siempre). Fuimos directo a él y le preguntamos si estaba Bilar.
En ese momento nos dimos cuenta. Todo se volvió transparente y comprendimos que habíamos caído en la telaraña.
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