Revista Creaciones
El día que se inventó el color (3)
Tres: llevamos los colores por dentro.
En cierta forma el color parece no existir afuera de nosotros mismos. Es decir, ¡por supuesto que existe!, pero la forma en la cual interpretamos el color es completamente personal. El color que vemos solo existe dentro de nosotros mismos. Es una cuestión difícil, casi metafísica: ¿El azul que ves es el mismo azul que ven los otros? ¿Si pudiera mostrarte el azul que en realidad veo, también lo llamarías azul?
El cerebro procesa la luz de manera particular. Es un órgano maravilloso, que en realidad usa el contexto de lo que ve para crear una imagen completa. Digamos que el cerebro es un buen cuentista: toma indicios y fragmentos de información y con ellos crea la historia completa en un instante. Y, como les pasa a todos los cuentistas, miente deliciosamente bien. Incluso se miente a sí mismo.
¿Recuerda el fenómeno el Internet del vestido azul y negro (digo, blanco y dorado)? Como ese hay decenas de casos que muestran la forma en la que el cerebro procesa el color. Según la cantidad de luz, la forma del objeto e incluso el color de los demás objetos que observa, el cerebro asume los colores de toda la escena. En otras palabras, el cerebro colorea, con su propia y particular caja de colores, cada escena que ve. Hay muchas historias y anécdotas que ilustran ese punto, pero para mí la más sorprendente tiene que ver con una botella de gaseosa en el fondo del mar. Los buzos saben que, en realidad, los colores que se ven a partir de cierta profundidad son bastante pocos y bastante más opacos que los que se ven en la superficie del mar. Esto es debido a que a mayor profundidad menor cantidad de luz (entre otras, esa es una de la razones por la que los peces abisales suelen ser traducidos). Pues bien, cuando un buzo encuentra una botella de Coca Cola en el fondo observa un fenómeno bastante extraño: inicialmente la botella no tiene color, pero pasados unos segundos el cerebro completa la imagen con los colores faltantes: de repente el logo se tiñe de rojo. Físicamente aquello es imposible. El color rojo no es visible por debajo de los 5 metros de profundidad, pero allí está, gritando descaradamente desde el logo de la marca.
El color vive dentro nuestro, aun cuando afuera haya dejado de existir. Pura belleza: el color es un recuerdo vivo.