Ya estoy en París. Llevo dos días recorriendo mis calles favoritas, comiendo baguettes, hablando francés y reconectando con partes de lo que ha sido mi casa durante muchos años. Sin embargo, esta vez, París se ha vestido de gala para mi y me presenta su cara más artística y glamurosa. No he venido sola, me acompaña un grandísimo amigo y gracias a él, mi visita tiene un color más divertido: vivir París con gente querida es de las cosas que más adoro del mundo. Además, esta vez, la capital se ha teñido de paillettes, brilla bajo los focos de las pasarelas y su noche se celebra con invitaciones exclusivas.
…Y justamente, hablemos del brillo. Hablemos de las pedrerías, de vestidos joyas, de hombreras marcadísimas y blazers o monos que poco tienen que envidiarles a muchos collares y anillos de alta joyería. Hablemos de rock, de los 80, de estampados cubanos y arlequín, de crochet y hasta de total looks denim... Hablemos de lo que será el verano que viene según el increíble Olivier Rousteing y su propuesta para Balmain.
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Tuve hoy el gran privilegio de presenciar el desfile que se celebraba en el Grand hotel de París, de pelearme con fotográfos y asistentes que querían mi sitio Standing (invitaciones sin asiento) para poder disfrutar de un mejor punto de vista. Tuve el privilegio de ver de cerca el admirable trabajo de los cortes y tejidos, de las aplicaciones increíbles y de la aparencia de los magníficos materiales usados para crear la colección. Mientras mi emoción se recuperaba tras asistir anoche a la post party de Mugler y saludar al director creativo de la firma, mi corazón latía a mil por hora y disfrutaba de un verdadero espectaculo artístico. La moda hace soñar, emociona, divierte y eclipsa todo lo exterior. Para mí, ese es su fín. Y, hoy, el show de Balmain cumplía con todas las razones de ser de este arte que me apasiona.