Esa sensación días después. Como si hubieras olvidado algo. La inquietud de un mal recuerdo que te puede asaltar en cualquier momento y que te esfuerzas en apartar. Un ruido de fondo. Una punzada en la nuca. Imágenes. Willard. Theodor en su silla de ruedas. Sangre. Sandy. Una mujer flamenco.
Eso me persigue días después de cerrar El diablo a todas horas.
Como un perdigón incrustado en el culo.
Pollock es Dios. Pollock vengándose de sus vecinos de infancia, de los matones de su instituto, de los tenderos que lo llamaban ‘chiquillo’, Pollock desenfrenado contestatario, saludando con el dedo a sus compañeros de trabajo de la fábrica de papel después de aguantar 32 años de compañerismo insuflado por la monotonía. Pollock en la hondonada.
Pollock devolviendo golpes.
Pollock convertido en un Faulkner sangriento y aún más oscuro.
¨Mientras se volvía hacia su mesa, se tambaleó un poco y se tiró un pedo –Perdón- dijo, justo antes de que Willard le arreara un martillazo en la sien y un crujido espantoso llenara la sala.¨
El diablo a todas horas es de esas novelas que siguen dentro de ti cuando las terminas de leer, como un gusano anidado en tu estómago, como un parásito, se queda ahí días, semanas, meses, engordando, a sus anchas. Hasta que consigues olvidar las imágenes que Pollock ha imprimido en tu cerebro, hasta que otro suceso las suplanta.
Hasta entonces, rememoraras los sacrificios de Willard en su tronco de rezar, su carnicería, su determinación, su desesperación, su fe. Recordaras a Carl, sudoroso y gordo, y a Sandy, delgada, huesuda y con pinta de puta, recordaras lo que hacen con los modelos, como lo hacen y quien lo hace, no podrás olvidar a Roy y al tullido de Theodore, sus números, su desgracia, su falsa fe, su redención y su infortunio, tampoco olvidaras a Preston Teagardin un sacerdote más interesado en las adolescentes que en cualquier otra cosa en el mundo, cruel hasta el límite y déspota, y desde luego no podrás olvidar a Bodecker, sheriff corrupto, alcohólico y violento; y a Arvin.
Arvin, el icono de supervivencia, el nexo de unión, el fin de las cosas.
Recordarás estas imágenes una y otra vez, hasta que algo mejor, te las borre de un plumazo.
Pollock ha escrito una novela dura, oscura, violenta y trágica, con un marcado perfil gótico, llena de extralimitaciones justificadas por la fe, lo sueños, las ambiciones y el egoísmo, llena de violencia, sangre y autodeterminación. Una novela que habla de la américa de pueblos pequeños y de gente mediocre, sin grandes sueños ni grandes esperanzas, de gente apaleada y tirada en la cuneta que recibe un nuevo golpe sabiendo que no será el último.
Pero Pollock también ha escrito una novela pausada, tranquila, absolutamente hipnótica, de las que se leen con un placer infinito, de esas novelas en que las imágenes son claras y contundentes y que pese a toda la violencia, crudeza y sangre, no cae en ningún momento en la gratuidad de lo explicito, ni en el drama de sus protagonistas.
Esta novela no retrata un drama, no ahonda en el porqué; porque para los protagonistas, es la vida que conocen, su rutina, su monotonía
Pollock escribe condenadamente bien, con un estilo cercano a un Faulkner sangriento y furioso, pero sin ser laberíntico, sin pesadez, con una fluidez, una potencia y una claridad extraordinarias, con estilo propio, sin complejos ni acentos reconocibles, y con un descarado despliegue de talento, que, en ocasiones, da a pensar que Pollock anda sobrado de él. El muy cabrón.
Pollock retrata la parte oscura del alma humana, la parte que se pone en funcionamiento cuando la desesperación aparece, cuando la determinación y la fe ciega aparecen, cuando la miseria aparece, cuando las obsesiones aparecen.
¨El calor y la humedad no tardaban en pudrirlos. El hedor hacía que Arvin y él tuvieran que aguantarse el vómito mientras permanecían de rodillas y pedían a gritos que el Señor se apiadara. Llovían gusanos de los árboles y de las cruces como si fueran goterones palpitantes de grasa blanca.¨
Que me aspen si no es de las mejores novelas que he leído en meses. Joder.
El diablo a todas horas
Donald Ray Pollock
Libros del Silencio 2012
ISBN: 978-84-940156-5-6
376 páginas