Revista Opinión

El Diablo y el buen Dios, respuesta a dos de mis mejores amigos, que ayer me sacudieron un buen cañazo

Publicado el 12 febrero 2013 por Romanas

El Diablo y el buen Dios, respuesta a dos de  mis mejores amigos, que ayer me sacudieron un buen cañazo El Diablo y el buen Dios, respuesta a dos de  mis mejores amigos, que ayer me sacudieron un buen cañazo Futbolín en febrero 11, 2013 en 2:16 pm dijo:Editar "Si el PPSOE , sus cuadros por supuesto y muchos de sus simpatizantes acríticos, no muchos de sus gentes de base, es la izquierda, apaga y vamonos querido Pepe. el PPSOE es menos izquierda que la UCD del amigo Suarez, el PPSOE hoy es centroderecha y el PP extrema derecha, piensa en Blanco Salgado Felipe y etc. etc. el PPSOE hoy no gobierna, por su rastreras traiciónes y el apego al poder de Robalcalva, no por culpa de Anguita, que dice verdades como puños y no se ha sentado jamás en ningún consejo de administración y vive con su pensión de maestro nacional y tiene al hijo que le queda, en paro. Lo siento pero hoy te tengo que dar caña, jajajajaja".
(A este conciso pero sustancioso comentario se adhirió fervientemente el inconmensurable eddie abundando en los mismos razonamientos un poco más extensamente por lo que no incluyo aquí su texto, que puede leerse en los comentarios  a mi post anterior). La política es el arte de lo posible, del relativismo, del pragmatismo, pero es extraordinariamente delicado, por eso debe ser llevado a la práctica por gente muy inteligente, no vaya a ser que pretendiendo salir de guatemala nos metamos en guatepeor. No hay que ayudar políticamente a la gente por lo que dice sino por lo que hace, es precisamente por no seguir esta regla de oro por lo que estamos no sólo aquí sino también así. En política, hay dos reglas que no se deben violar nunca: las doctrinas del mal menor y del equilibrio  Yo no sé si Aznar hubiera llegado de todas maneras al poder sin la ayuda de Anguita, probablemente sí, pero eso no modifica un ápìce mi postura respeto a éste: no se puede ser el director de un grupo político, llámese partido, sin conocer y tener la más firme voluntad de practicar todas las reglas de oro de la buena, en el sentido técnico de la palabra, política, entre las cuales destacan sobre todo las antes citadas doctrinas del mal menor y del equilibrio.  Si se está en la política activa debe de hacerse con todas las consecuencias. De modo que si te jode, si te da por el mismísimo culo, uno de tus adversarios, te aguantas y a barajar, o sea tienes que continuar jugando esa gran partida en la que consiste la “res publica”.  Y lo primero que tienes que evaluar es quiénes son realmente y qué pretenden tus adversarios políticos, si no, sólo darás continuamente palos de ciego.  Y, una vez establecidos estos parámetros, poner en práctica las doctrinas del equilibrio y del mal menor.  Si se pretende que la cosa pública funcione hay que procurar, sobre todo, el más riguroso equilibrio de los poderes, porque si uno de ellos se impone totalmente y predomina, instaurará una hegemonía extraordinariamente perniciosa.  El gobierno del inicuo Felipe González era un mal en sí mismo porque no se trataba ya de un gobierno de izquierdas, que incluso había llegado a abjurar del márxismo, sino de un puñetero partido neoliberalcapitalista que ejercía de tal con todas sus fuerzas.  Pero lo que tenía que hacer un político experto, además de honrado, era evaluar cuidadosamente la situación: ¿cuál era realmente la otra expectativa?  Y ésta no era otra que la vuelta al franquismo, o sea al fascismo, puro  y duro. De modo que, “hablando en necio para darnos gusto”, nos acogemos a la frase del enfermo de Lourdes cuya silla de ruedas caía por aquellas inmensas escaleras: “virgencita del alma, que me quede como estoy”.  Lo 1º que debió de hacer Anguita, en todo momento, es ver si el mal por el advenimiento del cual luchaba, con todas aquellas increíbles fuerzas, era o no menor del que trataba de evitar y no dejarse guiar ciegamente por el instinto asesino de acabar con su odiado González.  Pero no, él se olvidó de que en aquella partida en la que él jugaba sus cartas tan torpemente, otros dos jugadores, más fríos y expertos, Pedro J. y Aznar lo estaban llevando al huerto de su traición a los ideales de la izquierda, y se fue a pactar con ellos una estrategia que acabó con el héroe de Irak, sentado en la presidencia del gobierno de España, dándose a sí mismo, Anguita, una de las mayores alegrías de su vida.  Y, ahora, otra vez, la jodida sabiduría popular: “el que hace un cesto, hace ciento”. Si un tío fue capaz de traicionar el ideario fundamental de la izquierda por satisfacer su odio personal, no sirve para estar en política porque no se domina a sí mismo y es un peligro suelto.  La política, como se dice de la venganza, es un plato que ha de gustarse en frío, de modo que no puede ser político profesional un tipo que no es capaz, en toda circunstancia, de domeñar sus jodidos sentimientos, porque un tío así es un peligro público, todo lo contrario a lo que debe de ser un político.  Anguita no debió nunca ayudar a derrocar al canallesco González porque éste representaba, en aquella canallesca partida, el jodido mal menor, al lado del evidente franquismo-fascismo de Aznar, sino que debió de dedicar sus fuerzas, refrenando su odio, a practicar la otra doctrina que antes citábamos, la del equilibrio, apoyando en cada momento aquellas soluciones que coadyuvaran a mantener un equilibrio de poderes, de manera que uno de ellos no se impusiera totalmente porque entonces peligraría seriamente la salud de la “res publica”.

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