Revista Cultura y Ocio
La enfermera me nombró en tercer lugar, después desapareció cerrando la puerta tras de sí. Faltaban poco: unos minutos apenas. La sentencia sobre mi vida sería desvelada.
Cuando llegó mi turno una inesperada punzada de pánico me invadió. Escruté el rostro del médico, anticipando la respuesta en él. Solo encontré inexpresividad. Me pregunté si para él, un fatal diagnóstico, supondría un revés en su vida diaria. ¿Significaría lo mismo que para mí la pérdida de un cliente? Alzó sus ojos un leve instante, después los fijó otra vez en los papeles y empezó a hablar. Ya estaba, detrás de una jerga médica en la que me perdí, una palabra quedó prendida de mi expectación: metástasis.
Curiosamente, me relajé. El pánico que me había atrapado me soltó y liberó el peso del peor de los males: la incertidumbre.Texto: Yolanda Nava Miguélez
Cuando llegó mi turno una inesperada punzada de pánico me invadió. Escruté el rostro del médico, anticipando la respuesta en él. Solo encontré inexpresividad. Me pregunté si para él, un fatal diagnóstico, supondría un revés en su vida diaria. ¿Significaría lo mismo que para mí la pérdida de un cliente? Alzó sus ojos un leve instante, después los fijó otra vez en los papeles y empezó a hablar. Ya estaba, detrás de una jerga médica en la que me perdí, una palabra quedó prendida de mi expectación: metástasis.
Curiosamente, me relajé. El pánico que me había atrapado me soltó y liberó el peso del peor de los males: la incertidumbre.Texto: Yolanda Nava Miguélez