Decepcionado por su ascenso frustrado, Ambrose Bierce se jugó a cara o cruz seguir en el Ejército o convertirse en periodista. Ganamos todos. Bierce dejó el uniforme y durante cuarenta años se dedicó a disparar en sus artículos, columnas y editoriales contra todo y contra todos. “Lo que hizo este hombre fue reírse de la vida, de la gente y de las instituciones y costumbres aceptadas como no había hecho antes ni ha vuelto a hacer hasta el día de hoy ningún otro escritor estadounidense”, escribe Ernest Jerome Hopkins en la cuidadísima edición de ‘El diccionario del diablo’ de Círculo de Lectores y Galaxia Gutenberg.
Cuenta Hopkins que Bierce se paseaba por las calles de San Francisco con su revólver en el cinto, como si la ciudad fuese un pueblo más de la frontera del Oeste. En 1881 comenzó a escribir en el semanario ‘Wasp’ su particular diccionario, una parodia que pronto se convirtió en la obra de un cínico y, finalmente, en la del Diablo. En 1906 juntó las definiciones de 500 palabras y las publicó en ‘The Cynic’s work book’. Cinco años más tarde, añadió otras 500 definiciones y encontró el título verdadero de su obra. Hopkins ha rescatado otras 851 que el propio Bierce no pudo, o no quiso, publicar en vida.
A pesar de los añadidos, ‘El diccionario del Diablo’ se puede leer de la A a la Z sin sucumbir al sueño. Mientras las polillas han devorado a sus contemporáneos ‘serios’, algunas de las definiciones escritas por Bierce parecen escritas ayer, tanto que podrían ser tuiteadas por cualquier indignado. Cuenta Francisco de la Torre en su recomendable ‘¿Hacienda somostodos?’ que las preferentes deberían haberse llamado “deuda perpetua ultrasubordinada”. A esta definición perfecta Bierce añadiría una crítica a la codicia de los bancos y a la ingenuidad de sus clientes. Su definición no gustaría ni a víctimas ni a verdugos, pero por eso el diccionario de Bierce permanece vivo, como el enigma de su desaparición en el México de la Revolución.
CUADERNO DE ROBOS (XIII)
Abogado: Profesional especializado en burlar la ley.
Amistad: Barco lo bastante grande para llevar a dos cuando hace buen tiempo, pero sólo a uno cuando empeora.
Amor: Locura temporal que se cura con el matrimonio…
Cínico: Sinvergüenza cuya visión defectuosa le hace ver las cosas tal como son y no como deberían ser.
Conocido: Persona a la que conocemos bastante como para pedirle prestado pero no tanto como para prestarle.
Conservador: Hombre de Estado enamorado de los males existentes, a diferencia del liberal, que desea sustituirlos por otros.
Desobediencia: Resquicio de esperanza para la servidumbre.
Depósito: Contribución caritativa para ayudar a un banco.
Hacer campaña electoral: Subirse a un estrado un gritar que Smith es un hijo de la luz y Jones un inmundo gusano.
Idiota: Miembro de una tribu grande y poderosa cuya influencia en los asuntos humanos siempre ha sido inmensa y prominente.
Loco: Que sufre de un alto grado de independencia intelectual…
Partidario: Seguidor que todavía no ha conseguido todo lo que esperaba.
Patriotismo: Basura combustible siempre a punto para que le aplique una antorcha cualquiera que abrigue la ambición de iluminar su propio nombre.
Paz: En política internacional, intervalo dedicado al engaño entre dos períodos de guerra.
Prensa: Poderosa máquina para exagerar las cosas…
‘El diccionario del Diablo’. Ambrose Bierce. Círculo de Lectores Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2005. 480 páginas, 18,90 euros.
Pd.: Esta ficha escueta no hace justicia a esta hermosa edición, encuadernada en tela y con un fantástico diablo grabado en su portada. Una pequeña joya que demuestra que hay diccionarios que todavía hay que tener en papel.