Revista Libros
Una de las cosas que menos me gustan de la blogosfera —y de la vida en general— es esa insufrible tendencia a creer que lo que uno hace o piensa es lo único válido, lo que debería imitar todo el mundo. Hace unas semanas leí un artículo de Elvira Lindo en el que decía lo siguiente: «No, ya no me importa ser impopular o que alguien me escriba diciéndome: “Usted me ha decepcionado”, que puede traducirse como: “¿Por qué no escribe usted exactamente lo que pienso yo en todos los aspectos de la vida?”». Esto, para los que escribimos de una forma crítica, es el pan de cada día.
Lectores que insultan al reseñador y menosprecian su trabajo porque consideran que ha sido injusto con el libro del que habla (esto siempre ocurre en las reseñas negativas, claro); a veces incluso emplean argumentos tan fundamentados en lo literario como la referencia a la bondad del escritor y el gran esfuerzo que ha hecho al escribir la novela (¿acaso eso garantiza que sea buena?). Los hay que no se toman bien las reflexiones como esta y acusan a su autor de ser prepotente por cometer la osadía de opinar. ¿Dirían lo mismo si se hubiera expuesto lo que ellos piensan?
¿Por qué existe ese miedo hacia quienes escribimos de forma crítica? Miedo del autor y del editor a no gustar (y que, para colmo, ese texto poco favorable sobre su libro sea leído por un determinado número de personas). Miedo de los lectores a sentir que no encajan con los demás, un miedo del que no se suele ser consciente, pero que se encuentra presente en muchos ámbitos de la vida. Además, está la incapacidad para asimilar los comentarios con naturalidad, sin convertirlos en un ataque personal. Creo en el diálogo, en la capacidad de las personas para entenderse mediante un debate sano; tener posturas enfrentadas y defenderlas con rigor es un ejercicio enriquecedor, porque ponemos a prueba nuestra propia capacidad para argumentar y aprendemos de los demás. Cuando uno se cierra en banda está perdiendo muchas oportunidades.
A todo esto, no olvidemos que el crítico es alguien que adora los libros y quiere que los que sobresalgan sean los buenos, no los mediocres. No es ningún enemigo de los autores ni de la lectura (de lo que me han acusado más de una vez), sino alguien con capacidad de análisis que quiere promover la buena literatura. Lo comento porque percibo que entre los escritores suele haber una mala opinión de quienes ejercen la crítica transparente y libre, es decir, que comentan tanto las virtudes como los problemas del libro. Algunos ni siquiera entienden qué sentido tiene hacerlo: consideran que la promoción debe limitarse a aquellos títulos que merecen la pena. Sin embargo, pienso que la crítica negativa resulta útil como muestra de respeto al lector y porque el mundo literario necesita este revulsivo para no dormirse en los laureles (aunque bien sé que nuestra influencia es escasa). La relación entre escritor y crítico debe ser de respeto mutuo, ya que ambos aportan una vertiente útil al sector.
Yo, como rezaba el lema de la Ilustración, me atrevo a pensar. Analizo las obras culturales y expreso mis opiniones porque para mí esta actividad es tan natural como respirar. Me gusta, me llena; siento que con mis ideas aporto algo. Me equivocaré muchas veces. Gustaré o no. Habrá ocasiones en las que la mayoría no estará de acuerdo conmigo. Pero el miedo a que eso ocurra no impedirá que siga escribiendo.