Revista Opinión
El dilema de González es el irresoluble problema de Aznar.
Publicado el 11 noviembre 2010 por RomanasEl problema más importante del hombre es el de la muerte. Y no sólo el de la propia sino también el de la ajena, es por eso que el más grande de entre todos los poetas escribió aquello de: ser o no ser, he aquí la cuestión, ¿qué es más grande para el hombre sufrir con paciencia las adversidades o tomando armas contra ellas, acabar con ellas?Porque el problema fundamental de la muerte no es sólo su irreversibilidad sino también ese agujero tan profundo que causa en las vidas de todos los demás que se relacionan con la persona que muere. González, lo ha confesado ahora, veintitantos años después de que tuviera sobre la mesa de su despacho el terrible dilema: o la muerte de la cúpula de Eta o la muerte de todos esos otros hombres que era seguro que la banda terrorista iba a matar.Era, por consiguiente, como diría él, un problema de ausencias, aparentemente del número de ausencias, de 8 o 10 ausencias frente a lo peor cien o ciento y pico de muertes. Ausencias.Porque la ausencia que representa la muerte es un hueco en la vida de otras personas que ya no puede rellenar nadie, es una pérdida definitiva y tan irremediable que ni siquiera la puede aliviar el llanto.Y González, un hombre no creyente, un descreído, tuvo piedad no sólo de los dirigentes terroristas sino también de toda aquella otra gente que constituían sus familias.Aznar, un creyente a rajatabla, un hombre muy cercano al Opus y a los Legionarios de Cristo, con uno de cuyos miembros se acostaba y se acuesta todas las noches, no tuvo piedad, porque la piedad no es un sentimiento divino sino tan humano que sólo el hombre puede experimentarlo, sentirlo.Y Aznar no pudo sentirlo, no puede sentirlo porque es un soberbio. Un soberbio es un tipo que no sólo se considera superior sino único. Es, por lo tanto, decisivamente importante, lo que a él le sucede es de una importancia tan decisiva que convierte a todo lo demás en irrelevante. Para los tipos como Aznar, Bush y Blair el mundo sólo existe porque existen ellos, son ellos, por lo tanto, el centro del mundo, su única justificación, todo lo demás existe en función de ellos.Por eso me hace tanta gracia, me causa tanta irritación, cuando oigo en las tertulias radiofónicas a esos formidables comentaristas extrañarse de que Aznar vaya por todo el mundo desprestigiando a su propio país. No tienen ni idea de con quien se están jugando los cuartos. Para Aznar, España no existe si no gira a su alrededor, si no se preocupa, sobre todo, de lo que a él le sucede, España, y todos los que alentamos dentro de ella, no somos sino el pretexto para que él exista y sea como es.Pero debo pedirle perdón a este genio incomprendido por la mitad de los españoles, estoy hablando sólo de España cuando debería de haber hablado de todo el mundo. En la vida de Aznar, nada se justifica, nada tiene razón suficiente para existir si no es en función de Aznar, de lo que él es y representa.Así, si un día, él fue presidente del gobierno de España, este hecho ha debido de marcar la historia de este país para siempre, de tal modo que todo lo que se aparte de esta línea glorificadora de su egregia figura, no es que sea un delito, es algo mucho peor, es un pecado.Y no lo olviden ustedes, el pecado es algo mucho más nefando que el delito porque éste sólo ofende a las leyes de los hombres, que pueden estar equivocadas, ser erróneas, pero aquél lesiona las leyes de Dios, que son absolutamente infalibles.De modo que fue absolutamente terrible para la historia de los hombres, no para la de los semidioses, que 3, o 4, de ellos se reunieran, un día, en las Azores, porque, allí, estos superhéroes decidieron cómo se iba a escribir la historia de todos estos días, de todos estos años.Y decidieron no que tenían que morir 8 o 10 hombres de la cúpula de una banda terrorista sino ni más ni menos que cerca de 2 millones de personas, 2 millones de seres humanos que desaparecerían de la faz de la Tierra sólo porque el más divino de aquellos semidioses le pusiera a otro su mano sobre el hombro, en un gesto que a todos nos debería recordar el que está reflejado en el techo de la capilla Sixtina, porque sólo éste, por su divina importancia, puede compararse a aquél en el que el Emperador ungía al más dilecto de sus vasallos.De modo que Irak se invadió y murieron centenares de miles de personas, se produjeron, por lo tanto, millones de huecos en la vida de otros millones de personas que nunca podrán volverse a rellenar porque la ausencia mortal de las personas es irremediable.Pero Aznar, ayer, fue nombrado “doctor honoris causa” por una universidad española de rigurosa estirpe católica, por supuesto, de cuyo nombre me repugnaría demasiado acordarme, mientras que ése otro González, el tal Pons, se atrevía a juzgar todo lo severamente que puede hacerse, y más, la dubitativa conducta del otro González, que, como un nuevo Hamlet, confesaba que todavía no estaba seguro, vintitantos años mediante, de que hubiera hecho bien dejando de matar a 8 o 10 personas, que sí es seguro que tenían, y que lo habían demostrado hasta la saciedad, armas de destrucción masiva.Esta es la diferencia, que, a mí, me parece esencial, entre un tipo que, alguna vez, parece que fue de izquierdas y otro que siempre ha sido de derechas, de derechas de toda la vida, como suelen decir ellos.De ahí que el dilema de González sea el irresoluble problema de Aznar, porque uno no se atrevió a matar y el otro, sí, el otro sigue matando, todos los días, a varias decenas de personas en todo el mundo.