Desde tiempos muy remotos, aunque casi por parte, solamente, de los más grandes pensadores, fue vislumbrado este dilema y hoy en día, a causa del adelanto social y científico, se ha llegado a imponer o a despertar dicho sentimiento en la mayoría de los seres humanos. Gran angustia existencial se ha despertado en una enorme colectividad de personas en el mundo, en lo más profundo de su ser, por causa de la idea del final de su existencia, de su estadía en el universo, pero ciertamente si el hombre ha de vivir eternamente depende de la presencia perpetua del medio que lo acoge, es decir, de su universo. Ahora, es pertinente y honesto hacer mención que la ciencia al día de hoy ciertamente está confirmando lo que ya está anunciado en libros sagrados muy antiguos.
En efecto, el universo no puede durar para siempre, se conduce a un final. Existe una serie de hipótesis científicas sobre el modo en que llegaría a su término, sobre el inmenso tiempo que transcurriría para alcanzar dicha culminación pero en todas estas mencionadas hipótesis tiene que tener un límite, un final, (ya sea porque se expanda hasta diluir todos sus componentes, sus átomos en el entorno o que se retraiga hasta al “big crunch” o “gran crujido”) lo cual indica que todo intento del hombre por inmortalizarse, por perdurar para siempre, al final de cuentas vendrá a ser inútil. Todo terminará así sea después de un lapso colosal de tiempo, de un gigantesco número de millones de años.
Sin ninguna duda el universo padece dos males nefastos los cuales determinan que dicho mundo está teniendo una decadencia. Uno de estos es la “evaporación” de su materia a ondas electromagnéticas, (como ocurre, por ejemplo, al agua hirviendo la cual poco a poco se va diluyendo o evaporando en el entorno), y la “corrupción”, (pero no la corrupción que practican muchos políticos de la tierra), sino la corrupción que existe en todos los organismos vivientes, en los procesos metabólicos que tienen, así como en todos los elementos materiales de la naturaleza, por medio de la cual se van degradando hasta morir o hasta desaparecer. Por esta causa podemos decir que una cosa es corrupción y otra mortalidad.
Es decir, los seres humanos, y todos los organismos, somos corruptibles porque nuestros tejidos se degradan, (ya sea porque se llenen de desechos o porque se diluyan al ir perdiendo nutrientes), pierden la capacidad de regenerarse, entonces terminamos mostrando una apariencia de vejez. Esto es a causa de la corrupción.
Y somos mortales porque nuestro cuerpo, y la composición de los diferentes materiales de la naturaleza, llegan a un final, así que o bien desaparecen o se convierten en algo distinto, es decir, mueren respecto a la forma en que se les podía ver.
Por ejemplo, en el caso de un material como una barra de hierro, es también corruptible porque se degrada a otros componentes, es decir, se oxida, desprende escarchas y se transforma en otra cosa, por lo que se puede decir que muere; su vida como hierro ha terminado. Lo mismo sucede con todos los demás materiales de la naturaleza incluyendo al oro, el diamante, el platino, y etc., los cuales pueden durar muchísimo más tiempo pero terminan degradándose, y por lo tanto muriendo.
No obstante, parece que existe una excepción a este ámbito de la corrupción, como lo es el agua, pues al parecer esta podría durar lo que permanezca existiendo el universo sin degradarse o sin convertirse en otro elemento y podría ser eterna si no fuera víctima de la difuminación de su energía, es decir, del desvanecimiento o evaporación de su energía en el entorno, en el universo. Así que al final, esta también terminará muriendo.
Ahora bien, todo esto nos deja claro que la mortalidad en nuestro mundo, nuestro universo parece ser un problema insuperable, pero debemos tener en cuenta: “en nuestro mundo”, pues el hecho de que en este universo donde vivimos sea insorteable no quiere decir que no exista un plano, una dimensión, un mundo o como se le quiera llamar, donde no se deba enfrentar este dilema de la muerte, es decir, de un final. (Continuará…)