Parecía que Pedro Sánchez construiría el arca que salvaría al socialismo del inminente diluvio universal tras recibir el mensaje de Jehová, como Noé: “Entra en el arca con tu familia, porque eres el único hombre justo que he encontrado en esta generación”.
Pero resultó que había cometido el pecado de no incluir en su currículo que entre 2004 y 2009 había sido uno de los 320 miembros de la Asamblea de Cajamadrid.
Su principal rival, Eduardo Madina, poseía un flanco debilísimo para liderar el PSOE y, después, España: había sido indemnizado con tres millones de euros por haber perdido la pierna izquierda en un atentado de ETA, en 2002, la mayor cifra recibida por una víctima del terrorismo, que en caso de mutilaciones máximas no supera los 500.000 euros.
Un trato preferente, según sentencia de una sala progresista de la Audiencia Nacional, que mostraba la politización, ahora aún mayor, que domina esa instancia legal.
En el caso de Madina, además, se podía hurgar en el destino de esa indemnización: acciones bancarias e inversiones inmobiliarias, como cualquier señorito perezoso que vive de rentas.
Un alto dirigente socialista debería haber creado riqueza y puestos de trabajo directos: en cooperativas, empresas o, como hizo el fundador del PSOE con sus paupérrimos salarios, en imprentas para difundir sus ideas.
Ahora aparece Sánchez como cercano al hundimiento de Cajamadrid, aunque sólo era uno de esos 320 asambleístas que no decidían nada: las medidas ruinosas fueron tomadas por los 21 consejeros y los diez miembros de la Comisión Ejecutiva.
Pero, entonces, ¿por qué aceptó hacer de petroglifo, aunque como concejal de Madrid fuera miembro nato de la Asamblea?
Jehová no tiene justos, y quizás bote el arca sin brújula con un filósofo granadino, Pérez-Tapias, suicida que promete pactar con la ultraizquierda.
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SALAS