LA TRAMPA DEL DINERO: EL VIEJO PLANO DEL DINERO
EL DINERO: ¿UNA TRAMPA?
"¡ La bolsa o la vida!" ¿Qué haría si alguien le pusiera una pistola en las costillas y le dijera esta frase? Seguramente, entregarle la cartera. La amenaza surte efecto porque damos más valor a la vida que al dinero. ¿O no? Chris Northrup era una mujer que intentaba abrirse camino en una profesión dominada por los hombres: la medicina. Como tantas otras minorías que pretenden romper con siglos de costumbres y prejuicios, se sentía obligada a superar a sus pares en todos los niveles: hacía horas extraordinarias, participaba en las juntas, daba conferencias e incluso trataba de ser una súpermamá y criar dos hijos sin perder comba. Su trabajo, ■ que en muchos sentidos le gustaba mucho, le consumía la vida a razón de ochenta horas a la semana.
Después de acabar el instituto, Gordon Mitchell dedicó los primeros siete años a trabajar como organizador a nivel nacional dentro de una organización de militantes negros. No tenía ingresos fijos pero la organización cubría sus necesidades. Sus compatriotas eran su familia y su misión, su vida. No obstante, aparecieron fallos en este matrimonio perfecto de trabajo y sueldo. Gordon acabó por desilusionarse ante la disparidad entre lo que predicaba la organización y lo que practicaban sus dirigentes y al final se fue. Se incorporó al mercado laboral y se convirtió en un próspero asesor financiero en Michigan. Al igual que muchas otras personas que dejan que su trabajo les consuma la vida, el matrimonio acabó en divorcio y contrajo deudas por 120000 dólares (unos 15000000 de pesetas). Entonces se puso a soñar con los viejos tiempos, cuando vivía con sencillez y cumplía una misión interesante.
¿Podría volver a algo así? Penny Yunuba trabajaba como vendedora setenta horas a la semana y le iba muy bien, pero eso no le bastaba. Penny afirma que, "después de leer libros como The Poverty of Affluence (La pobreza de la abundancia) de Paul Wachtel, me di cuenta de que no era la única que experimentaba la sensación de que "me faltaba algo". Empecé a hablar con otras personas y descubrí que los demás también se sentían deprimidos muchas veces. Después de conseguir el premio de una vivienda cómoda con todo lo que hay que tener, me sentía insatisfecha. ¿Tengo que trabajar y trabajar hasta que llegue el momento de jubilarme, extenuada, y seguir así hasta que me pongan a criar malvas? ¿Y no hacer otra cosa que gastarme el dinero que he guardado y perder el tiempo hasta el fin de mis días?"
El gran amor de Cari Mertier era la música, pero se ganaba la vida como procesador de datos para el condado de Snohomish, en el estado de Washington, y había perdido las esperanzas de hacer coincidir su amor y su vida. Sin saber a ciencia cierta qué quería decir ser un hombre, había asumido todos los atavíos de la adultez y esperaba que llegara un día en que hicieran de él un hombre. Tenía un título universitario, esposa, profesión, empleo, coche, casa, hipoteca y hasta un césped para cortar. Sin embargo, en vez de sentirse un hombre, cada vez se sentía más atrapado. Diane Grosch odiaba su trabajo de programadora. Aunque no hacía más que el mínimo necesario para no perder el empleo, lo hacía tan bien que no podían despedirla. Acumuló todos los símbolos del éxito: un Mazda RX-7, una casa de campo... pero apenas le servían para compensar el aburrimiento del trabajo. Se dedicó a viajar y a participar en diversos talleres, sin que ninguno de estos placeres le hiciera olvidar la tristeza de la semana laboral. Al final se convenció de que a lo mejor no podía pedir más, y que tenía que conformarse con que el trabajo le hiciera perder lo mejor de su vida.