En el Santiago Bernabeu se citaron la noche del sábado pasado los hinchas y forofos del Real Madrid, lleno hasta las cachas. En el encuentro deportivo había, según pude observar, personajes de derechas, del centro y algunos de izquierdas. Todos juntos para apoyar al equipo que podría vencer a su contrincante, en este caso, el F. C. Barça. Éste acababa de arrollar al Arsenal con cuatro goles de Messi que dieron la vuelta al mundo. Pero el Real Madrid podía vencer al Barça, o así lo creyeron quienes acudieron al Bernabéu a ser testigos de la hazaña. Sentado tranquilamente ante el aparato de televisión, pude observar cómo, entre los espectadores, hambrientos de una victoria decisiva, políticos, aristocracia y personalidades –la flor y nata de la sociedad madrileña formando masa con el resto del populacho, pero convenientemente separada del mismo– había acudido a presenciar el encuentro.
El partido empezó con garra. Estaba claro que los jugadores de ambos equipos estaban decididos a ganar, o, al menos, a no perder ocasión para demostrar su superioridad. Y las personalidades presentes en el Bernabéu, no acostumbradas a perder políticamente, apoyaron desde el primer momento a sus jugadores. Allí estaba sentado el presidente de ACS y del Real Madrid, Florentino Pérez, mordiéndose los labios ante la mala suerte de sus jugadores, que no acertaban a meter el balón contra las redes del Barça; el naviero, Fernando Fernández Tapias, y su mujer, Nuria González; el jefe de la Casa Real, Alberto Aza; la concejala de Medio Ambiente, Ana Botella, la misma Esperanza Aguirre… Pero también el ex presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall; el del Senado, Javier Rojo; el número dos del PSOE en el Congreso, Eduardo Madina…
Más que la izquierda, era la derecha la que se sentía representada en el Bernabéu y la que quería recuperarse de las últimas derrotas frente al Barça, demostrando así su supremacía deportiva además de su política. Los personajes sentados en las gradas de preferencia me llamaron más la atención que los mismos jugadores del Madrid quienes, tras el primer gol del Messi, a los 32 minutos, no supieron superarse, pese a los gritos de ánimo lanzados por José María Michavila, abogado y “merengue” confeso, acompañado por su familia; Álvarez del Manzano, Luis Eduardo Cortés, Elvira Rodríguez, Pilar del Castillo, Abel Matutes… A tenor de los gritos escuchados, uno no sabía quién tenía más seguidores: o Cristiano Ronaldo o José María Aznar (“Que vuelva, que vuelva”, le animó parte de la concurrencia), quien demostró que seguía teniendo más afecto de los suyos que el mismo número nueve, incapaz de marcar un solo gol.
A partir de ese momento, comencé a arrepentirme de mi elección como equipo deportivo predilecto. ¿Cómo era posible –me pregunté– que compartiera celo, pasión y frenesí con aquellos seguidores del Real Madrid? Y, pese a que no faltaban otros personajes como Eduardo Madina o Leire Patín –aunque eso sí, no vi entre ellos a Alfredo Pérez Rubalcaba ni al propio Rodríguez Zapatero, blaugrana como nadie–, me sentí doblemente engañado por un equipo apoyado masivamente por toda la derecha y sólo por parte de la izquierda. Aunque el Madrid hubiese tenido el acierto de vencer, ya no me apetecía seguir a su lado. Allí no se defendía al equipo que había admirado, sino al filón mediático que intentaba aprovecharse de él. Un equipo formado gracias al apoyo de la banca y que, a la hora de demostrar su valía, de nada le había servido ni todo el dinero del mundo ni todo el poder de la derecha, ni todo el sostén de Telemadrid, única emisora televisiva que emitía aquel partido. Desde ese momento, y no porque perdiera, sino por los motivos que acabo de mencionar, dejé de sostenerle y me limité a aplaudir las jugadas y goles de aquel Barça cuyo presidente y resto de directivo había recibido los insultos del Bernabéu.
José María Michavila, pepero, abogado y "merengue" confeso.
Aguirre, entre Aznar y Laporta. Este último, lanzado a una carrera política.