Revista Cultura y Ocio

El dios de las pequeñas cosas y El ministerio de la felicidad suprema - Arundhati Roy

Publicado el 10 junio 2020 por Elpajaroverde
«Llovía el día en que Rahel regresó a Ayemenem. Hilos de plata inclinados se incrustaban en la blanda tierra y la levantaban como si fueran balas de fusil». «Algo yacía enterrado en el suelo. Bajo la hierba. Bajo veintitrés años de lluvias de junio».
No llovía el día en que yo regresé a Ayemenem, a El dios de las pequeñas cosas, a Arundhati Roy. No recuerdo si llovía la primera vez que llegué allí. No han trascurrido veintitrés años en mi caso pero sí aproximadamente unos veinte. Tampoco en mi caso hay nada enterrado ni literal ni metafóricamente que regrese a buscar. Nada dejé. Nada me llevé. Y, sin embargo, siento que hay algo allí enterrado para mí. Algo que, cual monzón, me arrastra. Cual el mismo monzón que junto a la lluvia acompañó a Rahel en su regreso.
La primera vez que leí El dios de las pequeñas cosas no pasé de la puerta. Recorrí todas sus estancias pero no conseguí entrar. Siempre me ha dado rabia, un libro que tanto gusta, tan valorado y con esa pinta de ser de los que me agradan y para mí fue como leerlo en uno de los múltiples e ininteligibles idiomas de la India. Así que cuando Arundhati Roy, su autora, fue propuesta como candidata para viajar a Asia en el club de lectura Viajar leyendo autoras, supe que era el momento, incluso antes de que saliera finalmente elegida, de hacer las maletas y regresar, si no a esa lectura fallida, al menos a su autora.
Quedaba, pues, resolver con qué obra me reencontraría (encontraría, más bien, dado el desencuentro inicial) con la escritora india. Su segunda y más reciente novela, El ministerio de la felicidad suprema, también me llamaba aunque, cuando se publicó hace tres años, la descarté precisamente por ese añoso desencuentro.
A pesar de que son veinte los años que separan estas dos únicas obras de ficción de Arundhati Roy, no es que la escritora india haya estado muy parada en estas dos últimas décadas, al contrario, se ha mostrado muy activa y nunca mejor dicho puesto que su labor como activista es notable. Podría haberme decantado también por alguno de sus ensayos pero no era lo que más me apetecía en ese momento. Es posible que haya errado en mi decisión.
Veinte años separan estas dos novelas, pues. Veinte años separan mi primera lectura de la primera de ellas del momento actual. Se me estaba empezando a hacer irresistible la idea de fundir esos veinte años, saldar mi deuda pendiente con El dios de las pequeñas cosas y, si esta vez me acomodaba entre sus páginas, enlazar directamente con El ministerio de la felicidad suprema. Os imaginaréis, aunque solo sea por el título de esta entrada, que eso es precisamente lo que hice.
El dios de las pequeñas cosas y El ministerio de la felicidad suprema - Arundhati RoyLeo que a Arundhati Roy se la ha comparado por su primera novela con Gabriel García Márquez y no puedo negar que mi retorno a esta lectura me recordó en su inicio mis primeros pasos por Cien años de soledad. Esa riqueza, ese exotismo, ese realismo mágico hindú (igual estoy inventando un nuevo género literario), las mismas dudas iniciales de si acaso la forma se comería el fondo (la misma disipación de las dudas según avanzaba en la lectura) y ambas son sagas familiares, ciertamente, pero no es menos cierto que cada una tiene su propia identidad (lo que no resta que ambas sean maravillosas). Olvidé enseguida, por tanto, la novela del colombiano pero, sin embargo, sí que ha habido otra lectura que ha acudido intermitentemente a mi mente durante mi credo a ese dios de las pequeñas cosas al que me ha hecho rezar Arundhati Roy. 
Rahel regresa a Ayemenem, a donde ha sido Devuelto Estha. Rahel regresa a Ayemenem porque ha sido Devuelto Estha. Porque Rahel y Estha son gemelos heterocigóticos pero comparten un mismo alma siamesa. Y yo regreso a otros dos gemelos, homocigóticos en este caso y creo recordar que siameses. Y me pregunto qué hace la Etiopía de esos dos gemelos irrumpiendo en la India de los otros dos. Y me contesto a mí misma que no es sino otra de mis extrañas, inexplicables y certeras conexiones literarias. Y sonrío, al buscar el nombre del autor de la novela de los gemelos etíopes para transcribirlo aquí correctamente, ante la bendita casualidad de redescubrir que dicho autor, aunque etíope, es de origen indio (ah, que el autor es Abraham Verghese y la novela Hijos del ancho mundo). Y sé que estoy dando un paso más, pequeño y tímido, hacia una de esas relecturas que temo y que aún nunca me he decidido a afrontar. No una relectura como esta, de un libro que en su momento no era para mí y que barrunto ya es su ocasión, sino una relectura de esos contados libros que me han llegado de una manera especial y se han quedado a vivir en mí y de los que temo no un desencuentro con ellos o con su autor sino conmigo misma o con la que era («al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver»)
La que vuelve, como ya sabemos, al lugar donde fue feliz y donde también se quebró esa felicidad es Rahel, y con su regreso regresa el pasado. Porque Arundhati Roy gusta también de fundir el tiempo y hacernos viajar en él adelante y atrás.
La India de El dios de las pequeñas cosas es la India en la que aún pesan los años de colonialismo inglés, es la India de las innumerables castas, la India de los Tocables y los Intocables. Y la historia que nos cuenta El dios de las pequeñas cosas es la historia de quien osa tocar lo que no se puede tocar, de quien cruza una barrera invisible e infranqueable; es la historia en la que «todos infringieron las normas. Todos entraron en territorio prohibido. Todos alteraron las leyes que establecían a quién debía quererse y cómo. Y cuánto».
Es también una historia de culpa, en la que suceden «cosas que traen su propio castigo. Son como los dormitorios que tienen armarios empotrados. Pronto todos ellos aprenderían más cosas sobre los castigos. Que los hay de diferentes tamaños. Que algunos son tan grandes como armarios que tuvieran dormitorios empotrados. Se podría pasar toda una vida dentro de ellos, vagando por sus estantes a oscuras». Pero por mucha culpa y mucho castigo que esta traiga consigo «con decir lo siento no se resucita a un muerto».
Es una historia que ha sido mil veces contada, que conocemos, que intuimos y vamos construyendo con las piezas que Arundhati Roy nos va entregando (adelante y atrás, adelante y atrás) pero que no por ello dejamos de disfrutar, de sentir ni de sufrir porque Arundhati Roy nos lo cuenta tan bien y tan bonito que no nos importa porque «las Grandes Historias son aquellas que ya se han oído y se quieren oír otra vez. Aquéllas a las que se puede entrar por cualquier puerta y habitar en ellas cómodamente. No engañan con emociones o finales falsos. No sorprenden con imprevistos. Son tan conocidas como la casa en la que se vive. O el olor de la piel del ser amado. Sabemos cómo acaban y, sin embargo, las escuchamos como si no lo supiéramos. Del mismo modo que, aun sabiendo que un día moriremos, vivimos como si fuéramos inmortales. En las Grandes Historias sabemos quién vive, quién muere, quién encuentra el amor y quién no. Y, aun así, queremos volver a saberlo. Ahí radica su misterio y su magia».
El misterio, la magia y la fuerza de esta novela radica en sus personajes; en lo bien definidos que están; en sus miedos, sus frustraciones, sus inseguridades; en «esa urgencia subliminal de destrozar lo que no se puede someter ni deificar. Las Necesidades de los Hombres». Por eso me gustan todos, tanto los que me caen bien como los que no. Pero querer quiero al muerto que no se puede resucitar. Y quiero a Rahel y a Estha por ser dos niños cuya inocencia no es candor sino incomprensión e ignorancia de prever consecuencias. Y a su Ammu por ser mamá y papá y por ser mujer inconformista y furiosa. Sobre estos últimos tres me pregunto: «y a la pequeña familia acurrucada y dormida sobre una colcha azul bordada con punto de cruz? ¿Quién fue en su busca? La Muerte no. Sólo el fin de la vida». 
Furiosa e inconformista comienza a mostrarse también esa India que vive dormida en el sopor de su historia. La furia parece desatarse en la siguiente lectura que emprendo, El ministerio de la felicidad suprema. Si en El dios de las pequeñas cosas el contexto envuelve y acrecienta la historia que narra el libro, en esta otra novela amenaza con comérsela y a largos ratos lo consigue. Pero en ambas la historia más reciente de ese extenso, milenario y complejo país que es la India está presente, como muestran sendos fragmentos que dejo a continuación:
«Les explicó que la historia era como una casa vieja durante la noche. Con todas las lámparas encendidas. Y los antepasados susurrando dentro.
-Para comprender la historia -dijo Chacko-, debemos entrar y escuchar lo que dicen. Y mirar los libros y los cuadros que hay en las paredes. Y oler los olores.
[...]
-Pero no podemos entrar -les explicó Chacko-, porque han cerrado con llave y nos han dejado fuera. Y cuando miramos por las ventanas, no vemos más que sombras. Y cuando intentamos escuchar, no oímos más que susurros. Y no podemos entender los susurros porque nuestras cabezas han sido invadidas por una guerra. Una guerra que hemos ganado y hemos perdido a la vez. La peor clase de guerra. Una guerra que captura los sueños y los vuelve a soñar. Una guerra que nos ha hecho adorar a nuestros conquistadores y despreciarnos».
El dios de las pequeñas cosas y El ministerio de la felicidad suprema - Arundhati Roy«Para alguien que observase la ciudad desde el círculo de montañas que la rodeaban, la procesión le habría recordado una fila de hormigas marrones transportando diecisiete cristales de azúcar más uno a su hormiguero para alimentar  a la reina. Quizá para un estudiante de la historia de los conflictos humanos el pequeño cortejo no significase más que eso en términos relativos: una fila de hormigas llevándose algunas migajas caídas de una alta mesa. Comparada con otras guerras, aquella era pequeñita. Nadie le prestaba mucha atención. Así que siguió y siguió. Se desplegó y replegó durante décadas, envolviendo a la gente en un abrazo demencial. Su crueldad se volvió tan natural como el paso de las estaciones, cada una con su variedad particular de aromas y flores, su propio ciclo de pérdida y renovación, de alteración y normalidad, de alzamientos y elecciones».
La guerra a la que se refiere el último de los dos fragmentos es la de Cachemira y, aunque ni lo sé ni lo espero y tarde en darme cuenta, tendrá gran protagonismo en la segunda novela de la escritora india.
La India que nos muestra El ministerio de la felicidad suprema no es solo la India de las determinantes castas sino la India en la que no es menos determinante la nacionalidad, la religión o las diversas variantes de estas. Es la India de los nacionalismos. La de las guerras infinitas porque para vencer al enemigo no queda otra que utilizar sus mismas armas y uno acaba convirtiéndose en lo mismo que aquello contra lo que lucha y, así, aunque se venza, uno siempre pierde.
Me han gustado mucho algunas partes de esta novela. Otras me han lastrado la lectura. A ratos reconozco a la Arundhati Roy de El dios de las pequeñas cosas; en otros muchos la pierdo. Es como si la escritora cediera ante la activista cuando yo quiero que convivan las dos. He venido a viajar, sí, pero también he venido a leer. Porque cuando leo viajo, porque me implico, porque recojo esas migas que caen de la mesa, las guardo en mi bolsillo y las llevo conmigo. Esas migas que sé que existen pero que muchas veces ignoro no por pequeñas sino por lejanas y porque no me tocan. Y leyendo me tocan y me atraganto con ellas y cuando me las vuelvo a encontrar en las noticias ya no las ignoro porque entonces sí que ya las siento mías.
El ministerio de la felicidad suprema no me ha convencido en su conjunto como novela. Me he sentido desubicada en muchos momentos. Sin saber qué es lo que pretende la autora con ella y sin estar lo suficientemente sumergida en la lectura como para que deje de importarme mi desubicación y poder dejarme llevar. Aun así, me alegro de haberla leído. Supongo que en gran medida porque es la primera novela que leo que contempla el conflicto de Cachemira. Supongo que porque me ha hecho viajar de verdad y no ir a hacer turismo a la India. Pero lo que no ha conseguido durante gran parte de su lectura es que dejara de ser una mera espectadora, que me tragara las migas. Concedo que cuando voy llegando al final y cuando vuelvo después sobre lo que he subrayado creo comprender lo que pretendía la autora. Pero sigue sin convencerme plenamente y hay cosas que me sobran. Tal vez sea cuestión de regresar en veinte años.
Las hijras, término con el que se designa a las personas intersexuales o del tercer sexo en la India, tienen también un gran protagonismo en esta novela. El conflicto interno que sufren llega incluso a ser comparado por una de ellas con el conflicto indo-paquistaní. Las hijras no son consideradas hombres ni mujeres, así que supongo que ello puede entenderse como algo así como no pertenecer a ninguna casta, no rezar a ningún credo y no tener ninguna nacionalidad. Cuando una periodista que está filmando un documental en el que pide a diversas personas que se han juntado en una plaza y que pertenecen a diferentes grupos reivindicativos que proclamen ante la cámara «Otro mundo es posible», una hijra que se encuentra allí, al ser solicitada, responde: «Nosotros venimos precisamente de allí..., de ese otro mundo». Un mundo en el que por no ser ni uno ni otro hay lugar para todos.
Me queda señalar la ironía que destila Arundhati Roy en ambas novelas y por ello me quiero despedir con una nota de humor negro. La India que muestra El ministerio de la felicidad suprema es también la India que abraza la modernidad, una India que pisa sobre falso pues no se puede avanzar verdaderamente hacia adelante sin resolver los conflictos del pasado. Una India que mira a Occidente, por supuesto (aunque no estoy muy segura de que en muchas cosas seamos un espejo en el que nadie deba mirarse). Y en esa modernidad no podían faltar esos mensajes que se reenvían teléfono móvil a teléfono móvil convirtiéndose en virales. Con uno de esos mensajes en forma de chiste, que recibe uno de los personajes de esta novela, pongo fin a esta crónica viajera.
-¡No lo hagas!- le dije.
-Nadie me ama -me contestó.
-Dios te ama. ¿Crees en Dios?
-Sí -dijo.
-¿Eres musulmán o no musulmán? -pregunté.
-Musulmán -dijo.
-Chií o sunita? -pregunté.
-Sunita -contestó.
-¡Yo también! ¿Deobandi o barelvi? -pregunté.
-Barelvi -dijo.
-¡Yo también! ¿Tanzeehi o tafkeeri?
-Tanzaeehi -contestó.
-¡Yo también! ¿Tanzeehi azmati o tanzeehi farhati?
-Tanzeehi farhati -dijo.
-¡Yo también! ¿Tanzeehi Farhati Jamia ul Uloom Ajmer o Tanzeehi Farhati Jamia ul Noor Mewat? -pregunté.
-Tanzeehi Farhati Jamia ul Noor Mewat -contestó.
-Muere, kafir, infiel! -le dije, y lo empujé al vacío.

El dios de las pequeñas cosas y El ministerio de la felicidad suprema - Arundhati Roy

Arundhati Roy, fotografía de jeanbaptisteparis


Ficha de los libros:
Título: El dios de las pequeñas cosas / El ministerio de la felicidad suprema
Autora: Arundhati Roy
Traductoras: Txaro Santoro y Cecilia Ceriani / Cecilia Ceriani
Editorial: Anagrama
Año de publicación: 1998 / 2017
Nº de páginas: 384 / 520
ISBN: 978-84-339-0862-9 / 978-84-339-7993-3
Viajar leyendo autoras: con la lectura de El dios de las pequeñas cosas y El ministerio de la felicidad suprema continúo mi participación en el club de lectura #ViajarLeyendoAutoras organizado por Isa Martínez (@MtnezIsa@readingsnorth). La iniciativa consiste en lo siguiente (copio y pego de la descripción del club facilitada por Isa en el grupo de facebook en el que se desarrolla el mismo):
Club Viajar Leyendo Autoras 2020:
Las lecturas serán bimestrales. En enero y febrero viajaremos a África. En marzo y abril viajaremos a América. En mayo y junio viajaremos a Asia. En julio y agosto haremos el viaje especial a España. En septiembre y octubre viajaremos a Europa. Y por último, en noviembre y diciembre viajaremos a Oceanía.
Cada bimestre, a través de una encuesta, escogeremos una autora y cada uno leerá la obra u obras que decida.
Iremos comentando nuestras elecciones, compartiendo impresiones y haciendo recomendaciones.
Para leer en mayo y junio han sido propuestas Arundhati Roy, Zeruya Shalev y Anita Nair, siendo elegida por votación la primera de ellas.
Arundhati Roy nació en Shillong, en el estado de Meghalaya, India en 1961. Es escritora, periodista y activista política. En 1997 ganó el prestigioso Premio Booker por su novela El dios de las pequeñas cosas. Como activista se ha involucrado en causas a favor de los derechos humanos y de la protección del medio ambiente.
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