Es horrible lo que voy a decir y pido perdón a los que pudieran sentirse aludidos, pero viendo en televisión a muchos de los príncipes de la actual iglesia católica, tengo la sensación de que muchos de ellos, no creen verdaderamente en el Dios que promocionan. Y yo, a ese Dios que me presentaron en mi infancia, tampoco.
Educado como fui en ambiente y colegio católico, muy católico, y estando como estoy bautizado desde el tercer día de mi desembarco en este mundo cambalachero y disparatado en el que hoy y por el momento nos encontramos, suelo leer con interés reflexiones de gente más formada que yo sobre estas cuestiones de la transcendencia y del más allá.
El pasado martes tuve la sensación de que nadie me había hablado nunca mejor de lo que yo presiento que un por mí desconocido pero desde el momento admirado Juan Arias, sacerdote dispensado que no ex sacerdote como dice Wikipedia (pues creo que el orden sacerdotal imprime carácter y no se puede anular http://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Arias).
Y a partir de aquí, dejo de escribir yo, para transcribir lo que este sabio dice (EL PAÍS, 12 de octubre de 2011, páginas 27 y 28, ¿se vive mejor sin Dios?
Cada vez que hoy me preguntan si creo que es mejor o no creer en Dios suelo responder que eso no tiene importancia, ya que si existiera Dios, lo importante sería que él creyera en nosotros, como me dijo monseñor Romero, quizás en su última entrevista antes de ser asesinado a tiros mientras celebraba la Eucaristía.
¿Se es más feliz sin Dios? Depende, señores. Difícil sentirse libres y realizados con el Dios al que aman y adoran los dictadores –con lo que, por cierto, la Iglesia siempre se ha entendido mejor que con los demócratas-; difícil con el Dios absolutista incompatible con la democracia o con el Dios que recela de la sexualidad.
El Dios del miedo es el Dios que no merece existir. El miedo es argamasa humana, es el arma de todos los poderes de la Tierra, no tiene nada de divino. Es tirano. Sola la felicidad es liberadora.
Creo que como mejor se vive es siendo fiel a la voz de la conciencia, más severa que las leyes porque no es posible burlarla, y que constituye la única fuente de libertad. El cardenal Newman, convertido del protestantismo al catolicismo, fue un defensor del primado de la conciencia sobre la ley. Newman tiene una frase que aún hoy, después de dos siglos, sigue poniendo los pelos de punta a la Iglesia y a los teólogos tradicionales: “Prefiero equivocarme siguiendo mi conciencia que acertar en contra de ella". La Iglesia defiende, al revés, que la conciencia debe ser antes formada. Por ella y con el miedo, claro.
Luis Cercós (LC-Architects)
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