Pedro Paricio Aucejo
Uno de los puntos esenciales de la espiritualidad teresiana es el encuentro con Dios en el interior del hombre. Varias son las influencias que, dejando una profunda huella a lo largo de los años, forjaron la nítida posición de la Santa al respecto. Que Dios está dentro del hombre es algo que Teresa de Ahumada había aprendido directamente de las religiosas agustinas del prestigioso monasterio abulense de Nuestra Señora de la Gracia, con las que vivió casi año y medio como alumna interna. Pero también asimiló aquel concepto gracias a la atenta escucha de la predicación de la Palabra de Dios y del asesoramiento espiritual de los acreditados consejeros eclesiásticos de que dispuso en su existencia.
Del mismo modo, su espíritu había oído hablar repetidamente del Dios interior cuando, al ser la lectura uno de los auxilios habituales de su juventud, tuvo acceso a tratados espirituales que –aun analizándolos selectivamente y reteniendo de ellos solo aquello que consideraba relevante para su camino espiritual– influyeron en su planteamiento al respecto (‘en algunos libros de oración está escrito adónde se ha de buscar a Dios’). Se trata de escritos de los que la religiosa de Ávila no pretendía conservar ni el desarrollo doctrinal de su contenido ni la evolución espiritual de sus autores, entre los que se encontraban san Jerónimo, Bernardino de Laredo, Kempis y, sobre todo, Francisco de Osuna y san Agustín.
En este sentido, cuando Teresa contaba veintitrés años (antes, pues, de leer las Confesiones de san Agustín y surgir en ella las inquietudes personales derivadas de su descubrimiento), recibió de su tío Pedro el libro Tercer abecedario espiritual, de Francisco de Osuna (hacia 1492-1540). Este fue su gran maestro: le siguió con ‘todas sus fuerzas’ en lo que se refiere a la oración de recogimiento, aquella en que ‘recoge el alma todas las potencias y se entra dentro de sí con su Dios, y viene con más brevedad a enseñarla su divino Maestro y a darla oración de quietud, que de ninguna otra manera’.
En aquella obra –como señala el agustino José Luis Cancelo García¹–, el asceta franciscano citará con frecuencia a san Agustín en su itinerario filosófico hacia el Dios interior. Osuna pone su empeño en hacer ver la importancia de la interioridad y su papel respecto de la unión de amistad entre el hombre y Dios: ‘[Muchos] responden con palabras sin entrar dentro de sí, y todo se va en humo. Tú, si quieres mejor acertar, busca a Dios en tu corazón, no salgas fuera de ti, porque más cerca está de ti y más dentro que tú mismo’. Es en el interior ‘donde Dios mora en paz de gran reposo’. Con ello manifiesta ‘el tierno amor que tiene al alma’. Y completa el pensamiento de san Agustín haciendo ver que, si se tiene en cuenta que Dios ‘está más dentro de mí que lo más íntimo mío, puedo recogerme dentro de mí a Él; y entrando en mi casa holgar juntamente con Él, cuya conversación no tiene amargura’.
La carmelita reflexionó sobre estos y otros pensamientos de san Agustín relativos al conocimiento y a la esencia de Dios, de manera que, cuando lee las Confesiones, reconocerá que el obispo de Hipona, como gran maestro, buscó a Dios en el interior de manera muy peculiar y especial. Teresa le menciona varias veces en sus escritos, con ocasión de recomendar la búsqueda de Dios ‘dentro de sí’, ‘en lo muy interior’, en el ‘hondón’, y no ‘fuera’ en las cosas. Sin embargo –según sostiene Cancelo García²–, “el procedimiento de Agustín, siempre muy intelectual, es distinto al camino seguido por la Santa”.
La descalza universal se apoya, principalmente, en la contemplación de imágenes de escenas de la vida de Jesucristo como si estuvieran actualmente aconteciendo dentro de ella (‘como no podía discurrir con el entendimiento, procuraba representar a Cristo dentro de mí’). Por medio de este recurso y un largo período de recogimiento, conseguirá pasar de la imagen representada dentro al Dios vivo que habita en su interior, grabado en sus entrañas (“no ha menester alas para ir a buscar a Dios, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí”; “no andes de aquí para allí, sino, si hallarme quisieres, a Mí buscarme has en ti”).
En cualquier caso, Santa Teresa de Jesús gozó de un excelente conocimiento de la interioridad humana, cuya experiencia y doctrina vertió en sus escritos. Al captar las potencialidades encerradas en lo más profundo de la personalidad espiritual, la mística castellana encontró en el oficio de intimidad con Dios el auténtico sentido de la vida y la dignidad humana, el quehacer con el que el ser humano decide su propio destino.
¹Cf. CANCELO GARCÍA, José Luis, ‘El agustinismo de Santa Teresa (1515-1582)’ , en SANCHO FERMÍN, F. J., CUARTAS LONDOÑO, R. y NAWOJOWSKI, J. (DIR.), Teresa de Jesús: Patrimonio de la Humanidad [Actas del Congreso Mundial Teresiano en el V Centenario de su nacimiento (1515-2015), celebrado en CITeS-Universidad de la Mística de Ávila, del 21 al 27 de septiembre de 2015], Burgos, Grupo Editorial Fonte-Monte Carmelo-Universidad de la Mística, 2016, vol. 2, pp. 123-157.
²Op. cit., pág. 151.
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