Hay profesionales que priorizan ante todo la satisfacción de sus necesidades de logro. Son personas que desempeñan su actividad profesional motivados por la consecución de aquellos objetivos que se han marcado en aras de conseguir cada vez mayores responsabilidades y más control de los riesgos a los que se ven expuestos. Otros profesionales priorizan por encima de todo sus relaciones de trabajo, por lo que centran su energía en la aceptación de los demás y en reforzar todos los vínculos que puedan establecer con ellos.
El tercer grupo está formado por aquellos quienes priorizan sus necesidades de influir y de tener poder sobre los demás. Para estas personas su energía no está dirigida a la consecución de un resultado concreto, ni al establecimiento de relaciones, sino a tener impacto, dominio o control sobre otras personas.
La motivación por el poder puede ser tan alta que muchas personas la incorporan a su personalidad. La puede detectar en aquellas personas especialmente interesadas en realizar acciones que tienen un impacto emocional en los demás. También en quienes continuamente intentan convencer, persuadir, controlar o dirigir a los otros. O en quienes están siempre inmersos en la búsqueda continua de reputación y prestigio. Otro rasgo interesante en las personas motivadas por el poder es la elección de aquellas profesiones que se consideran influyentes. Paradójicamente, la atracción por el poder les lleva a no pedir ni solicitar ayuda salvo en ocasiones excepcionales.
En su forma moderada estas personas son excelentes directivos. Conducen a sus equipos sabiendo comprometer e ilusionar a sus integrantes con los objetivos que se han establecido. Sin embargo, cuando esta atracción se lleva al extremo nos encontramos a personas que dedican todos los medios que encuentran a su alcance a la mera consecución de poder y prestigio personal. Entre estos medios se encuentran las personas, a las que consideran meros instrumentos de los que sacar utilidad y provecho para su agenda oculta.
La pasión desorbitada por el poder lleva a las personas a definir el mundo en términos de bueno y malo. En este caso todo lo que contribuye a aumentar y fortalecer el poder individual se convierte en bueno mientras que todo lo que atenta contra este poder pasa a formar parte del dominio de lo malo. Obviamente cualquier persona considerada como enemiga o crítica acabará siendo desplazada por ellos como un estorbo.
Trabajar con adictos al poder puede ser complicado. Suelen rodearse de un equipo de personas alineadas con sus leyes, equipo en el que introducen pequeñas rivalidades para mantenerlo dividido. Se vuelvan incapaces de distinguir una adulación de una alabanza, o una objeción de un intento de rebeldía. Con el tiempo acaban rodeados de una guardia pretoriana fidelizada mediante suculentas recompensas que se desvive por adularles, complacerles y adivinar su pensamiento.
Posiblemente el poder no es algo bueno ni malo. Todo depende del uso que hagamos de él. Gracias al poder es posible generar mucha felicidad pero también puede ser un elemento altamente destructivo. En cualquier caso el poder es un medio o una herramienta que nos permite conseguir nuestros objetivos. Sin embargo puede ser extremadamente peligroso cuando decidimos convertirlo en un fin.
Notas:
La distinción entre las necesidades de poder, logro o afiliación como motivadores profesionales pertenece a David McClelland.
Las reflexiones sobre personas altamente motivadas por el poder las tomé de las ideas de Eduard Spranger que Josep Redorta cita en su excelente obra “El poder y sus conflictos”. Está publicada por Paidós.