Revista Opinión
Es como aquella frase que alude a todo lo buena que puede ser la democracia. O es porque es parte sustancial de ella: sí, también la política es imperfecta. No está mal recordarlo por enésima vez en un año electoral como el que corre. Hoy tenemos a la política y durante mucho tiempo no la tuvimos. Y tenemos, también, un discurso de la antipolítica muy en boga. Lo que hace es atribuirle a la política buena parte de los males de la sociedad. Es raro: al mismo tiempo hay un alto grado de politización social. En 17 años este país pasó del “que se vayan todos” (los políticos), gritado desde el fondo del abismo, al “de qué lado de la grieta estás”. Entre uno y otro extremo lo que pasó, también, fue la política. Desde la Resolución 125 del campo que casi hace tambalear a Cristina hasta la irrupción de Cambiemos. El discurso de la antipolítica tiene el pecado de origen de la generalidad. Esta suerte de tornado tiene como una de sus misiones eliminar la diferencia. Así, en el mundo parece haber sólo espacio para corporaciones, sí, políticas, empresariales o de grupos de periodistas. En esa operación, que iguala a menos, todos aportan a una suma con un resultado nefasto con aires de desesperanza. Es el imperio de la parte por el todo y de lo peor como lo representativo. Con todas sus imperfecciones y zonas oscuras, la política, en esencia, sigue siendo un lugar para mujeres y hombres desde el cual construir y modificar la realidad. Hay políticos que no honran el lugar en el que están o estuvieron y otros que sí lo hacen. Siempre sucedió y sucederá. Cambiar eso requiere de un ejercicio de responsabilidad y de hacerse cargo. La política también se modifica desde adentro.
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