Revista Cultura y Ocio
EL DIVORCIOMi hija me acaba de comunicar que se quiere separar de su marido. A esta chica siempre le ha afectado la caída de la hoja y cuando llega esta época me hace partícipe de sus cambios de humor. Yo no le hago caso, en su día le dije que escogía como marido al hombre equivocado y no se dignó a escucharme, así que ahora ignoro sus estados de ánimo. Mi yerno es el clásico hombre de estos tiempos, es decir, un poco suave: apesta a colonia, se depila y se pega dos horas diarias en el gimnasio para definir músculo; en la cabeza tiene tres neuronas una para iPhone, otra para el iPad y otra para el todoterreno. Un horror. Encima se pone esas colonias vulgares de Hugo Boss, colonias que lleva cualquiera gracias a las imitaciones que hacen por seis euros. En las comidas familiares procuro sentarlo al lado de la puerta, lo más lejos posible de mí. Estar saboreando un carpaccio de pez espada con gambón rojo y tenerlo a mi lado apestando a perfume tan caro y vulgar… ¡No lo soporto! Si se separa de mi hija dejaré de sufrirlo. Qué decir de estos hombres que se miran en las lunas de los escaparates y se pasan más tiempo acicalándose en el baño que una mujer, en fin… A mí me gustan los hombres, los hombres de antes, esos que te conquistaban y te siguen queriendo a pesar de las arrugas. Mi historia de amor es una de esas historias que cualquier mujer querría para ella, por eso la voy a desvelar. Conocí a mi marido en la universidad, hasta ese día nunca lo había visto; yo hacía segundo de Derecho y fui a hablar con el catedrático para solicitar la revisión de un examen que había suspendido, en mi opinión injustamente. Mi madre desde niños nos inculcó a no mezclarnos con nadie que no conociésemos, por eso mi círculo era muy reducido: sólo hablaba con los hijos de los amigos de mis padres. Recuerdo que aquella tarde fue inolvidable. Yo salí desencajada del despacho del catedrático, en cuanto me vio se puso como un energúmeno y sin dar opción a nada arremetió contra mí; aunque más que contra mí fue contra mi familia. -¿Usted qué se cree? –me dijo echando espuma por la boca. Todos los de su clase son iguales, se creen que por tener un escudo nobiliario les tienen que regalar la licenciatura, conmigo lo tiene claro. Está suspendida y muy bien suspendida. Puede irse. Me quedé blanca como el papel y empecé a hablar sola en voz alta: Estoy perdida, nunca aprobaré la asignatura de este hombre, sin duda, tiene algo contra mi familia. Recuerdo que movía la cabeza convulsivamente, sin querer y me senté en un banco del pasillo. No me dí cuenta de que a mi lado había un joven que me miraba con compasión y me dijo:- No hagas caso, lo has cogido en un mal momento. Ya verás cómo la próxima te atiende mejor. Es una bellísima persona, es mi tío. No te preocupes, hablaré con él.
Se presentó, me dijo que estaba en quinto de Derecho, que se llamaba Eduardo y me pidió el número de teléfono. Se lo dí y se despidió muy educadamente. Todo cuanto me acababa de decir era mentira, ni el catedrático era una bella persona y por supuesto no era su tío. Eso sí, me sentí muy confortada, me inspiraba confianza aquel atractivo joven de ojos color avellana y con un flequillo a la moda. Cuando llegué a casa mi madre me confesó que con ese hombre había una vieja historia familiar y que se vengaría conmigo. Una hermana de mi madre lo dejó plantado para casarse con su mejor amigo. Cosas de la vida. Me veía estudiando derecho en Madrid y no me hacía ninguna gracia.
Eduardo me llamó un día y me dijo que había hablado con su tío y que no iba a tener ningún problema con la asignatura. Así fue. Yo me hice amiga de mi benefactor y me confesó que desde hacía un año había seguido todos mis movimientos y me lo demostró con todo lujo de detalles; añadió que lo de aquella tarde a la salida del despacho de su tío no fue casual y entonces me pidió que fuera su novia formal. También sabía que yo era una aristócrata y sabía que mi madre nunca admitiría a un plebeyo por yerno. No me esperaba aquella confesión y debo decir que Eduardo me había conquistado, que era mi héroe. Sin embargo más tarde supe que me mintió y fue precisamente este detalle tan feo el que me enamoró. El catedrático no era su tío. Tanto él como sus amigos sabían las debilidades sexuales de este hombre y decidieron chantajearle con unas fotografías. Ser un meapilas y un pervertido a la vez da sus frutos. Se las ingeniaron para dejarlas encima de su mesa en un sobre cerrado como si fuera un correo, al llegar lo abrió y se quedó paralizado; acto seguido entró él y le preguntó: ¿No sería mejor borrar la frustración que le dejó aquella novia aristócrata y de paso que las borra olvidamos este feo asunto? La venganza puede ser dolorosa y a veces trae serias consecuencias. Todos tenemos algo que olvidar y algo que ocultar. ¿No cree?
Cuando supe esto me dije que Eduardo era el hombre de mi vida y no por ser un mentiroso o un chantajista; sino porque lo había hecho porque quería conseguirme a toda costa y podría haberse jugado la carrera al poner sobre la mesa esas fotografías. Es más, yo salía con él pero no éramos novios. Le conté a mi madre este suceso y se echó a reír, hasta soltó una carcajada. Después se puso muy seria y me dijo: Cásate con ese chico y hazlo tu secretario cuando heredes el título, sin duda, sabrá defender esta casa. Me gusta su osadía, es inteligente y admite que tú estás por encima de él y él a su vez admite estar por debajo.