En 1953, en el nº 1138 de “Pulgarcito”, debutó una nueva serie firmada por Martz Schmidt, ese seudónimo de resonancias extranjeras bajo el que se ocultaba un natural de Cartagena bautizado Gustavo Martínez Gómez en 1922. Desde muy joven, Gustavo demostró tener una aptitud especial para el dibujo, actividad que siguió practicando incluso cuando sus estudios se vieron interrumpidos por la Guerra Civil. Tras ella, en 1940, ilustra un libro de poemas del general Oscar Nevado, quien le sugiere que adopte un nombre artístico más llamativo. Nacerá entonces su identidad de Martz Schmidt, agregando al apócope de su primer apellido, el de su abuelo materno.
En 1945, participa junto a otros autores en la ilustración del libro “Genio y Signo por la Rosa de los Vientos”, de Bozal Casado, y dos años más tarde la novela del mismo autor “El toro de Viandar”. Junto a la ilustración, Gustavo se inició en la pintura gracias a la tutela del pintor Vicente Ros. Mostró su obra en varias exposiciones y ganó concursos de dibujo y pintura en Cartagena, pero finalmente, en 1949, tomó la decisión de mudarse a Barcelona, ciudad más dinámica y prometedora desde el punto de vista artístico.
Pero la vida en su nuevo hogar resultó ser más dura de lo esperado. Tras varios empleos, Gustavo consigue un trabajo más o menos estable en Ediciones Clíper como ilustrador e historietista. Aparecen entonces sus primeros personajes: Toribio, Doctor Cascarrabias, Pinocho… Seguirían colaboraciones para Hispano-Americana de Ediciones, los periódicos La Prensa y Paseo Infantil y, por fin, su integración en la plantilla de la editorial Bruguera, donde a partir de 1953 y bajo las directrices artísticas de Rafael González, maduraría como historietista. Sería bajo el sello de Bruguera donde verían la luz sus más memorables creaciones. El Doctor Cataplasma fue una de las primeras y más longevas de ellas.
El doctor es un hombrecillo de baja estatura, espesa barba blanca y aspecto general a mitad de camino entre lo patético y lo cómico. Su principal preocupación no es la salud de sus pacientes, sino sus penurias financieras, tema éste muy común entre los personajes Bruguera de los cincuenta y sesenta, siempre agobiados por las facturas, los acreedores y los finales de mes. Precisamente es a su criada, Panchita, a quien debe más dinero, una oronda “chacha” de raza negra que campa a sus anchas por la casa del doctor y no duda en aguzar su ingenio e imponer su resuelto temperamento para conseguir cobrar los atrasos que le corresponden.La de ambos es una relación de amor-odio de carácter doméstico, casi familiar:
viven juntos bajo el mismo techo, aunque en realidad son empleada y patrono y rara vez la primera recibe dinero del segundo. Al doctor le revienta el atrevimiento y pereza de su fámula, pero no sabría vivir sin ella; a ésta, por su parte, le irrita la tacañería de su patrón, pero en su trabajo disfruta de una vida cómoda y de la compañía de alguien sobre quien hacer recaer su genio.El otro personaje habitual en las historietas del doctor Cataplasma es la millonaria dama Eduvina Millonetis, cuya hipocondría no duda en explotar zalameramente el protagonista cuando se ve en urgente necesidad de fondos.
Las historias del doctor se desarrollaban en el formato de página única, ajustándose siempre a la fórmula del gag (basado en malentedidos o pifias derivadas de la codicia) frecuentemente previsible. En este sentido no hay que olvidar que el público al que iban dirigidas estas historietas era el infantil, no debiéndose pasar por el tamiz adulto a la hora de valorar su efectividad o profundidad humorística.
Aunque el nivel gráfico oscilaba mucho –el modelo editorial de Bruguera obligaba a los autores a trabajar a destajo y, en años posteriores, Schmidt dejó al personaje en manos de su equipo- y la puesta en escena era muy esquemática, su trazo redondeado y amable, roto solo por la erizada barba del protagonista, siempre disfrutó de una agilidad y ritmo notables y su estilo fue uno de los más expresivos y personales de la casa.
El exitoso modelo del Doctor Cataplasma sería posteriormente trasladado por Schmidt, con leves variaciones, a otros personajes del mismo corte, como “El Profesor Tragacanto” o “El sheriff Chiquito”: personajes barbudos, enanitos y apabullados por los objetos de sus respectivas profesiones (los alumnos del Profesor y el indio “Ojo de Canguro” en el caso del sheriff).
Artículo original de Un universo de Ciencia Ficción