Revista Cine

El dolor de las consecuencias

Publicado el 03 octubre 2015 por Decabo

jail indoor

Abrí de nuevo los ojos, pero seguía sin ver nada. Pensé que quizás no los había abierto aún, como cuando estás soñando y parece que te has despertado para ir al baño y realmente no lo has hecho, solo es tu mente mandando malditos mensajes encubiertos. Los había abierto, no veía absolutamente nada, intenté enfocar algo pero no encontré ni la más mínima penumbra. Creo que debí estar como unos cinco minutos mirando al vacío, entonces me dí cuenta de que estaba en una cama, con una especie de edredón muy ligero. Hacía tanto tiempo que dormía en la calle que fue una locura no haberlo sentido antes.

Estuve recorriendo la estancia a ciegas, con las manos por delante tanteando, y arrastrando los pies en busca de cualquier objeto que pudiera haber. Aparte de la cama, encontré una mesa redonda ligera, como de plástico al tacto, a su lado una silla de madera, algo desencolada y con mimbre en el respaldo. Moví la mesa hasta la pared más próxima que encontré, y fui siguiendo el contorno con cuidado, de izquierda a derecha. Nada, cuatro esquinas, unos 4 por 4 metros, con la cama en medio y la mesa con su silla en un lado.

Creo que estuve varios días despierto, en realidad no me sentía cansado, no tenía sueño. Uno de los días me pareció sentir hambre y acto seguido pude encontrar sobre la mesa algo para comer, una jarra de agua, algo de pan, fruta.

Me tumbé en la cama, deseando una desconexión, algo llevara algo de luz a aquel mundo en el que me había encerrado. Soñé como siempre, con algunos de mis viejos miedos, con Alicia, con un trabajo. Pero también con un cruce en High Street, había mucha gente y yo estaba cansado, el semáforo estaba cerrado y todo el mundo pasaba de un lado a otro con prisas.

Al despertar tomé un desayuno como los que solía tomar en casa, con zumo de naranja y café con leche, nada de cereales ni tostadas, y una fruta. Al instante siguiente a levantarme de la silla ya no había nada en la mesa, nunca, cada una de las veces pasaba el brazo por ella y nada, vacío, oscuridad. Me senté en el suelo, con la espalda apoyada en la cama, intentando llegar a mis pensamientos, intentando entender quién era y lo que hacía allí. Qué fácil era dejarse llevar, no pensar en nada, pasar los días sin más.

Me tumbé otro día y al día siguiente, y me dije que debía dormir, que debería dormir, pero no siempre lo hacía. A veces recordaba algo parecido a un trabajo al que iba cada mañana (mañana?), soñé con mi familia cuando yo era aún un niño… abrí los párpados como si pudiera ver y más, y poco a poco las lágrimas me fueron pintando la cara con claros recuerdos de quién era, tan solo para poder sentir que ya no volvería a serlo más, vagos recuerdos que iría perdiendo en la oscuridad. La celda se podía ver perfectamente a esa hora, la luz de la mañana se filtraba a través de la claraboya del techo dibujando cada junta de los muros. El polvo que flotaba en el aire aún era ligero, como en una entresiesta de verano en el pueblo.

Ya no me da miedo morir, como se suele decir sería casi un alivio, pero tengo horror a vivir, a revivir una y otra vez el castigo de mi pasado. Todos aquellos que reniegan de sus actos llamándolos errores, no son más que despojos de lo que debería ser una persona de verdad, consecuente con sus decisiones. Yo nunca me he arrepentido de todo el mal que he causado, aunque he de reconocer que el dolor de las consecuencias es insoportable.

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finales imaginados


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