Revista Motor

El domingo de la alegría

Por José María José María Sanz @Iron8832016

El domingo de la alegríaEn cuarta a sesenta. En tercera a cuarenta. En segunda a veinte. Y antes de parar, antes de poner las plantas en el asfalto, el punto muerto. El punto muerto con la vista puesta en el tricéfalo que veo al otro lado del cruce de carretera ante el que me detengo. Esa moto, esos faros, esa pantalla... Espera, el casco azul. No, no puede ser.

Yo, hoy, iba de visita a casa de las orugas y luego quería ir hasta La Cabrera, pasear por Bustarviejo y plantarme en Canencia, para luego llegar a El Atazar y volverme a casa, que es lo realmente importante. La mañana no estaba soleada, estaba moderadamente fresca y la luminosidad no era excesiva.

La Cabezota tiene un sonido preciosamente discreto que me impide percibir a qué suena esa moto que viene y que también está parando. Cuando voy en mi moto tengo que renunciar, muchas veces, a escuchar otras claves, otras partituras que la mía. Una moto ancha, con una buena pantalla, a pocos metros... no sé, no la oía. Una moto grande que suena poco. Quizá es que no lo necesita. ¿Puede ser?

Tras vigilar que las orugas de los pinos de la parcela siguen ahí, y que son conscientes de que tienen su transito vital asegurado, tras los primeros kilómetros paladeados en dominguera soledad, dispuesto a encarar el mapa de la mañana, pongo los pies en el asfalto de la carretera ante el tráfico de la nacional y ante la visión de esa tricéfala con pantalla y de ese minotauro encascado de azul.

Algunos coches pasan porque tienen preferencia y otros pasan porque doblan hacia el camino que yo abandono. Alguna moto de color se hace notar y juega con Coriolis al pasar ante mis pies firmes en el suelo.

Sí. No. No, no puede ser. No tendría sentido. Aunque yo tenga mucha imaginación y en una fracción pequeña de un segundo también pequeño, no podía ser aquello. Sí, sí que lo es. Y lo era. Resulta que las casualidades existen. O no son casualidades. Esa moto que reposa pacientemente al otro lado del cruce y que ahora se acerca es La Montón y el caballero es, por supuesto, Proclive. La Península Ibérica tiene una superficie de algo más de medio millón de kilómetros cuadrados, las provincias de Madrid y Guadalajara tienen varios miles de kilómetros de carreteras, el día tiene veinticuatro horas y motos las hay a porrillo. Pues era Proclive, que venía con la Montón bajo el culo, buscando un combinado de huevo batido y de patata laminada.

Mientras comíamos lo acordado en la terraza de Torrelaguna hemos celebrado el encuentro. Encontrarse. Encontrarse de manera predeterminada, encontrarse de manera casual, encontrarse de manera sorpresiva o encontrarse en el domingo de la alegría. El encuentro es el inicio de la alegría.

El domingo de la alegría

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