Revista Cultura y Ocio
El donMai JiaISBN: 978-84-233-4806-0Formato: Rústica con solapas– 480 Págs Editorial: Destino
Rong Jinzhen es un chico fuera de lo común: educado por un extranjero en la China de los años veinte, vive una infancia solitaria, sumergido en su propio mundo. Pero pronto desarrolla un don que lo hace extraordinario. Rong puede ver lo que nadie más ve, sus conocimientos van más allá de lo que una persona corriente puede entender. Convertido en un genio de las matemáticas conocido en todo el país, Rong es obligado a abandonar su carrera académica cuando es reclutado por el departamento de criptografía del servicio secreto chino.Atrapado en las grietas de un sistema terrorífico, se convertirá en el mayor descifrador de códigos del país, pero deberá enfrentarse a un reto que nadie ha podido superar hasta el momento, poniendo a prueba los límites de la razón y la cordura. ¿Dónde acaba la genialidad y empieza la locura?
Si me habéis ido leyendo toda esta semana sabréis que no he tenido demasiada suerte con las elecciones de la Yincana criminal para el apartado de Asia. Aunque a mí la literatura oriental me apasiona, tengo que reconocer que no siempre resulta fácil para los que estamos acostumbrados a otro tipo de narrativa, llegando incluso a no entender nada (como los finales de Yoko Ogawa, por poneros un ejemplo).
Lo cierto es que yo tenía El don como lectura pendiente desde hace un buen tiempo pero no había encontrado el momento de empezarlo. La idea inicial me atraía mucho, pero algunas críticas desfavorables (que empezaron a ser bastante con el tiempo) me hicieron dejarlo hasta encontrar un hueco. Por tanto, mis expectativas ya no eran muy altas aunque tenía la esperanza de que no fuera todo tan mal como me lo había pintado.
Si esperas encontrar una historia de espías y códigos secretos al uso, te aviso desde ya que te vas a decepcionar. La historia se narra cómo una investigación realizada por una persona ajena a la historia, que busca la información tiempo después. De esta manera intenta dar una imagen de credibilidad, pero dejando las lagunas evidentes de lo que no se narra en primera persona… lo que se comenta, lo que le ha dicho el compañero o el vecino, pero nunca algo contrastable.
La cosa comienza bastante amena, con una especie de crónica familiar para situar el personaje de Rong en su entorno. Y aunque inicialmente me costó encontrarle el sentido de todas aquellas anécdotas, el hecho de saber (a posteriori de la lectura) que el autor era muy fan de Cien años de soledad, me ayudó a entender lo que pretendía. De hecho, hay flotando alrededor de todo esto una nota de surrealismoque me lo recordó en muchos momentos.
Y sí, está muy bien… pero nos plantamos en una tercera parte del libro y no nos ha dado lo que nos prometía la sinopsis. No es hasta el segundo tercio cuando entra en materia del protagonista: su infancia y juventud, como se inició en las matemáticas y como su mente era hasta tal punto privilegiada que condicionó su vida totalmente.
Ahonda bastante en las cuestiones matemáticas, aunque no tanto como para que resulte tedioso (aún recuerdo mi intento de leer Criptonomicón… que horror). Os diría que no tuvierais miedo al respecto, pero también es cierto que cada uno es un mundo y sobre todo a un lector muy de letras le puede sonar a chino.
Mi mayor temor era entrar en la última parte del libro, que por lo general fue descrita como aburrida. Y es ahí donde entran los servicios secretos, los códigos y los misterios. Aunque se centra de tal manera en la figura protagonista que deja un poco de lado lo que podría resultar más interesante: la criptografía, el uso de su habilidad para descifrar mensajes. No sé si es que no ha querido profundizar en ese aspecto, o es simplemente que no era su intención. Yo, personalmente, lo he echado de menos.
Así que si no se profundiza en cuestiones secretas, ni en las matemáticas… ¿Qué es lo que tiene? Pues cuestiones culturales. Para empezar, el protagonista. A pesar de que aun terminando la novela nos da la sensación de que es un desconocido igual que el primer momento, se ve claramente que lo fue también para sus compañeros de reparto. Nos lo describe de una manera que me hace recordar un poco un síndrome de Asperger… de modo que realmente nadie puede llegar a saber de él en profundidad.
Por otro lado, están también esos mensajes que se mandan ocultos a través de cualquier novela. En este caso es la sociedad china, en la que uno pierde su identidad para el bien común. No es una crítica llamativa, pero llama la atención el hecho de que no hay lugares concretos que se puedan ubicar, ni tampoco una línea temporal clara. Es como si nos quisiera pintar una situación como real, pero a la vez tan difuminada que no se nos olvida que es ficción.
Y si tuviera que comentar el final no sabría muy bien que decir. No es lo que esperaba, ni mucho menos. Pero tampoco puedo decir que haya sido una gran sorpresa, sino más bien una consecuencia lógica de los hechos. Por decirlo de alguna manera, sigue el ritmo pausado de la novela que sin ser lento tampoco es que te ponga el corazón a mil por hora. Ejercicio moderado, que se llama.
Culmina con una especie de apéndice con extractos de los cuadernos de Rong pero que siguen una línea tan confusa que yo he terminado por saltarme. Parece (por lo que se comenta al final) que se pretende con ello humanizar la figura del personaje y mostrar sus sentimientos en una época concreta. Aquí es donde realmente se nota esa cultura oriental que a los occidentales nos acaba resultando un poco mística y difícil de seguir. En cuanto a la historia en sí misma no aporta demasiado (en mi opinión nada) pero no deja de ser un añadido para completar el cuadro general.
En definitiva, es un libro que a pesar de aportarme cosas, no me ha dado lo que prometía. No lo considero una mala lectura, pero sí que es cierto que no me ha convencido en todos los aspectos. Porque si lo que buscáis es una novela de espías, está ahí… aunque bastante escondida.
Reseña para la Yincana Criminal: Sucedió en África, Asia y Oceanía – Es un caso de espionaje que transcurre en cualquiera de los tres