En el film "El coro" un niño de 12 años logra expresar un don efímero: una voz única con fecha de caducidad, la de su entrada en la adolescencia. Stet es un chico que ha sufrido la muerte de su madre y el desencanto de un padre que no actúa como tal, su refugio está en su increíble voz, cuando canta su mente está por encima de sus problemas y además obtiene el reconocimiento como persona que tanto necesita, pero su don tiene caducidad ... antes de que ésta llegue el propio don le da un regalo de despedida: su padre se conmueve ante la belleza de su canto, la flor muere para dar paso al fruto. Es una bonita historia en la que su protagonista busca lo que casi todo el mundo: que los demás nos den el reconocimiento y el amor que no sabemos encontrar en nosotros mismos. La base de este problema tan extendido es la falta de conexión con nuestra propia esencia, pues es en ella donde verdaderamente se encuentra la fuente de amor y el reconocimiento que buscamos confundidos en los demás. Cuando Stet escucha su propia voz en un estado de conciencia que no está en necesidad, que se eleva por encima de sus dramas, reconoce su propia belleza interior, su esencia, y ante tal maravilloso espectáculo no le queda más remedio que sentir amor hacia sí mismo, reconociéndose como ser único.
Nuestra auténtica voz queda enterrada bajo las máscaras que todos los días empleamos para ser aceptados, queridos, por los demás. Sin escuchar la voz de nuestra corazón nos perdemos en un mar de juicios y creencias, en el que vivimos como náufragos amarrados a un trozo de madera temiendo la siguiente tormenta. Pero nuestra voz sigue cantando, hablando de nuestra belleza interior, tan sólo hemos de desnudarnos, volver a la inocencia que revela nuestra auténtica belleza, para volver a escucharla. (En la imagen un fotograma de la película "El coro") |
Como ves el don de ser uno mismo esta ahí para todos, tan solo hay que apuntar en la dirección adecuada y hacer un trabajo de desnudarnos en nuestra intimidad de las máscaras, que nos pusimos para que nos reconocieran fuera, para que nos diesen el amor que no encontrábamos en nosotros mismos; es un don bien curioso: todos lo poseemos y casi todos lo ignoramos.