El verano pasado fue increíble para Theodora Oglethorpe; a sus doce años se vio inmersa en un torbellino de dragones, hechizos, magia y numerosos peligros. Ahora tiene que acompañar a su padre en un viaje científico a una pequeña isla de Escocia donde han encontrado una misteriosa escama. Nada más verla, Theodora no lo duda, «¡es una escama de dragón!». El corazón le late a cien por hora: donde hay dragones, hay magos, hechiceros y todo un mundo de criaturas fantásticas. La magia ha vuelto: comienza de nuevo la aventura...
El dragón de ninguna parte (The Dragon of Never-Was), publicado originalmente en 2006 y en castellano en 2008 por RBA, es la continuación de Dragones y magia. Puede leerse de manera independiente, pero la verdad es que se disfruta más si se ha leído el primero y se conoce la trayectoria de los personajes. La autora hace pequeños resúmenes de lo ocurrido en Dragones y magia, pero en 255 páginas no hay espacio para todo.
Ahora tenemos a una Theodora de trece años de edad, viajando con su padre, Andy Oglethorpe, que ya es profesor titular de la universidad, a la isla escocesa de Scornsay, en las Hébridas, tras la pista de una misteriosa escama reluciente que aparece en una turbera. Por su parte, la pequeña dragona Vyrna sigue bajo los cuidados del mago Merlin O'Shea, y se incorporarán nuevos personajes, como la hechicera Margery MacVanish o el villano Septimus.
El dragón de ninguna parte pierde un poco de chispa con respecto a su predecesor, y aunque conserva el tono divertido, el humor se concentra más en escenas localizadas, recayendo en especial en Merlin y Vyrna, ahora verdadero dúo cómico con momentos propios del slapstick. De todas formas, hay espacio para la ironía y para burlarse de los tópicos que rodean a la magia y hechicería en la cultura popular, incluida una Academia de artes mágicas que parece una parodia deliberada de la Hogwarts de J.K. Rowling.
Destinada a un público juvenil, de entre doce y catorce años, es una lectura entretenida y no demasiado compleja, manteniendo la línea de Dragones y Magia, pero ahora con un puntito más oscuro, como si Ann Downer quisiese que el personaje de Theodora y su mundo madurasen a la vez que sus lectores. Sin haber muertes explícitas, sí que hay un destinos fatales para algunos personajes, algo impensable en el libro anterior.
De hecho, resulta evidente que el final de El dragón de Ninguna Parte, dejando cerrada la trama, es abierto de cara a nuevas historias de Theodora, algo que no quedaba tan claro en Dragones y Magia, y que Septimus iba a tener un desarrollo como villano y némesis de la joven maga, ahora ya consciente de sus poderes y de su linaje de hechicería.
Pero como ya dijimos en la reseña anterior, todo se truncó porque Ann Downer padecía esclerosis lateral amiatrófica, lo que le impidió seguir escribiendo, y falleció en 2015, dejándonos sin más historias de magia, humor y dragones en el siglo XXI.
Si bien no sorprende como Dragones y magia, su continuación El dragón de Ninguna Parte es también una lectura recomendable, pues amplía el universo literario de Theodora Oglethorpe y deja curiosidades, como los apellidos caractónimos (Silvertonge, Greenwood, MacVanish, Grayling), el retrato costumbrista de las pequeñas localidades escocesas (casi sacado de un libro de Enyd Blyton, con sus castillos en ruinas y sus leyendas de ultratumba) o por encima de todo, William, el terrier fantasma.