Se quejan los socialistas de que los votantes de Valencia hayan otorgado al PP una mayoría aplastante a pesar de que la corrupción anida en el gobierno regional que preside Francisco Camps, infectado por el caso Gürtel, y que los valencianos no sean capaces de darse cuenta que las escasas ideas reformistas y regeneradoras que propaga el PP ni siquiera tienen eco o vigencia en tierras valencianas.
Muchos españoles, al contemplar la "obra" del PP en Valencia, sienten una profunda desconfianza hacia el gobierno de derecha que se avecina porque temen que el método valenciano se extrapole y que, bajo Rajoy, España entera se parezca a lo que hoy es Valencia, una comunidad autónoma infectada por la corrupción, endeudada y despilfarradora, donde los dirigentes al mando no son precisamente un modelo de democracia.
Sin embargo, ante esas quejas y temores hay que afirmar la verdad: Valencia está en manos del PP porque antes lo ha estado en manos del PSOE, un partido que generó tanta podredumbre y antidemocracia durante su mandato que los valencianos, como reacción, se han echado en brazos del PP. Ante la experiencia vivida en la etapa socialista, los valencianos han decidido votar a la derecha, a pesar de sus enormes carencias democráticas, porque al menos garantiza cierta prosperidad económica, mientras que el socialismo, además de ser igualmente corrupto, está suscrito a la ruina y al desastre.
Los valencianos se perecen a esos peruanos en vísperas de la reciente victoria de Ollanta sobre la niña Fujimori, que, según decía Vargas Llosa, tenían que elegir en las urnas entre el SIDA y el cáncer.
La explicación de lo que ocurre en Valencia sirve para explicar lo ocurrido con Gil y Gil en Marbella y con Berlusconi en Italia. Los ciudadanos de Marbella vivieron una etapa tan sucia y antidemocrática cuando el PSOE dominaba la ciudad que se abrazaron a Jesús Gil como si fuera un salvador y prefirieron su corrupción a la del PSOE porque la de GIL por lo menos llegaba acompañada de prosperidad. En Italia, los ciudadanos terminaron tan hartos de la corrupción del viejo sistema de partidos, con los tres grandes (Democracia Cristiana, Partido Comunista y partido Socialista) pringados hasta el tuétano, que se han echado en manos del "cavalliere", al que perdonan sus limitaciones como político y hasta sus alardes y abusos sexuales cuando recuerdan la sucia partitocracia que padecieron e el pasado, dominada por comunistas, democristianos y socialistas.
Si quieren reconquistar Valencia, los socialistas españoles tendrán que aprender a ser limpios y demócratas, dos asignaturas básicas siempre pendientes de ser aprobadas por el PSOE.