Revista Cultura y Ocio

El eco de mi voz

Por Aceituno

Comienza otra semana porque lo dice el calendario que nosotros mismos hemos inventado. El ser humano necesita estructurarlo todo para poder entenderlo y no volverse loco en un mundo sin límites. De lo contrario sería imposible vivir. Hasta en las películas de cárceles vemos como el preso recluido en la mazmorra oscura necesita llevar una especie de calendario artesanal que él mismo va dibujando en la pared. Es preciso saber dónde estamos en el espacio y en el tiempo para situarnos con los pies sobre la tierra y decir aquí estoy yo.

Algo tan simple como eso a mí se me hace complicadísimo. Me cuesta decir “aquí estoy yo” con la naturalidad y la vehemencia suficientes. Me cuesta sacar pecho, mostrar orgullo, levantar la frente y mirar al mundo con ganas y con actitud decidida y desafiante. No me siento capaz de hacerlo. Más bien me siento alicaído, mermado, mustio y con los hombros caídos, con la mirada perdida más allá del horizonte, buscando detrás de los límites conocidos una solución que no llega.

Mis preguntas, que son muchas, no tienen respuesta y mis respuestas, las pocas que hay, no tienen sentido. Por más que trato de enfocarme en lo cotidiano para dar pequeños pasos como Beppo, el barrendero de Momo, lo cierto es que no dejo de ver la calle entera y lo mucho que me queda por barrer. No logro dejar a un lado a las malditas sombras que, colgadas de mis brazos y mi cuello, tiran de mí hacia abajo en un desesperado aunque funcional intento de arrastrarme con ellas a su mundo de tinieblas e incertidumbres. Todo me suena vacío y hueco, como si hiciera “toc-toc” en un tronco seco, como si los sonidos estuviesen distorsionados y hubieran eliminado los tonos agudos y los tonos medios dejando solamente el bajo, que me golpea el pecho con una profundidad ficticia e impostada, haciendo que sea casi imposible distinguir la melodía.

Huele a nada porque huele todo. Mi mundo es el mundo de los contrastes que no percibo, de los dolores que me prometen fidelidad eterna y de los aromas imposibles que me dan náuseas y mareos. Una empanada mental de la que es imposible salir, un laberinto viejo y roto del que uno ya no se puede fiar porque lo más probable es que hayan cambiado algunas de las puertas haciendo que lograr la salida sea una quimera. Las dudas ya hace tiempo que hicieron un suculento banquete con las certezas y ahora descansan satisfechas en sus enormes poltronas de cuero y marfil, con la mirada oscura y penetrante de quien se sabe vencedor del lado oscuro. De postre pretenden comerse el eco de mi voz, que es lo único que va quedando de este ser que alguna vez fue.

Mientras todavía tenga voz resonará su eco esté donde esté. Ese eco es el fotonauta. Por ahora sigue vivo, tal vez más que nunca, lo cual quiere decir que todavía no han logrado hacerme callar. Algo nos va quedando aunque la pérdida sea tan masiva y en tantos frentes, aunque la desesperanza sea tan evidente y la incertidumbre tan sólida. Una voz que surge como de la nada y que tiene su fuerza y su valor en ser escuchada y atendida, de ahí que se muestre poderosa y firme, tan segura de sí misma que no necesita gritar para ser oída.

Como dijo don Quijote en una ocasión: “ladran, Sancho, luego cabalgamos”.


El eco de mi voz


Volver a la Portada de Logo Paperblog