Revista Opinión

El edificio de la Transición

Publicado el 15 diciembre 2014 por Polikracia @polikracia

En este mundo complejo en el que vivimos. Un mismo hecho puede verse desde dos posiciones tan distintas que parecen estar sacados de dos realidades diferentes.
Este es el caso de nuestra Transición política. Algunos pensarán que fue un acto heroico de la sociedad española, que fue capaz, en tan solo 3 años de desmontar un régimen que había durado 40 largos años y obtener una Constitución plenamente democrática.

Otros, sin embargo, argumentan que la Transición fue solo un transvase de élites franquistas, que se convirtieron en élites inmersas en partidos políticos. Dicen los partidarios de esta tesis, que la Transición simplemente fue un lavado de cara del verdadero poder subyacente de este país.

Tanto los partidarios de la idealización de la Transición como los que apoyan la tesis de la maldad de la Transición, parecen estar de acuerdo en que España se convirtió en un país democrático tras esos años de incertidumbre.
Si consultamos bases de datos de calidad democrática y clasificación de regímenes como Freedom House, Polity IV o World Bank database veremos que a ojos de la Comunidad Internacional somos una democracia en toda regla. Sin embargo, subsiste la crítica a la constitución del 78 y a la Transición. ¿Cómo es esto posible?

La misión de los padres de la Constitución y de los líderes políticos que actuaron tras la muerte de Franco era dotar a España de una infraestructura democrática, intentar cambiar las leyes y a la vez la concepción de millones de españoles. La política del consenso, fue el arma más eficaz para cerrar la herida de la guerra y la dictadura, pues ver sentados en un mismo hemiciclo a Carrillo y a Fraga dejaba sin argumentos a muchos fanáticos de uno y otro bando.
Hace más de medio año que murió Adolfo Suárez, hace ya más de dos años que Santiago Carrillo nos dejó y va a cumplirse en tres meses el tercer aniversario de la muerte de Fraga Iribarne. Todos ellos guardaban muchos muertos en su armario. Todos ellos tenían un pasado del que querían pasar página.

Santiago Carrillo renunció al marxismo leninismo para hacer del Eurocomunismo la bandera de su nuevo PCE. Un partido nuevo y democrático que aceptaba la bandera constitucional y la jefatura de Estado de un Borbón. Carrillo olvidó el exilio, Carrillo aceptó a Fraga y perdió… pero gracias a él, la izquierda española no se radicalizó y siguió la senda constitucional, a pesar de 40 años de olvido.

Manuel Fraga fue el que lo tenía más complicado. Durante 40 años él había sido de los vencedores y ahora, tenía que revalidar su supremacía en unas urnas. Algo que no había hecho falta desde 1939. Manuel Fraga nunca dejó de ser franquista pero aceptó el reto democrático que la sociedad demandaba. Fraga aceptó a Carrillo y perdió… pero aceptó perder, porque la victoria era que la derecha española había olvidado a Franco y se había moderado. Dejando al Movimiento Nacional en un rincón oscuro y minoritario

Adolfo Suárez quería liderar una democracia nueva, pasar de ser el “trepa” del régimen franquista a convertirse en el líder de todos los españoles. Suarez aceptó a Fraga, Suárez aceptó a Carrillo y todos ganamos. De la abundante literartura e historia que nos encontramos acerca de este personaje, aprendemos que aún sin ser el mejor preparado académicamente, Adolfo Suárez fue un ejemplo de virtud política en su época y sobre todo hizo gala de una gran responsabilidad de Estado.

Este pequeño artículo de opinión no pretende ser una oda a estos tres personajes. Además, hay que puntualizar que en estos tres nombres van todos los demás que hicieron posible el entendimiento mutuo y que por razones de economía de espacio no podemos citar.

Todos ellos tendrían cosas de las que avergonzarse, todos ellos tenían objetivos e ideas diferentes. Pero todos ellos tienen algo en común. Fueron capaces de juntar las piezas para darnos a las nuevas generaciones la posibilidad de una vida en un sistema más justo.

Si en algo coincidían los artífices de la Transición, es que para mal o para bien, querían construir España. Cada uno le querría dar sus matices pero todos eran hombres de Estado. El hombre de Estado es aquel que busca el bienestar para su gente por encima de dogmas o ataduras partidistas. La ética de la responsabilidad de Max Weber se refleja en nuestra Transición. La calidad política de la Transición es la calidad política de sus actores, dejando a un lado preferencias ideológicas.

Llegados a este punto, se habrá notado que este autor es partidario de la tesis de la bondad de la Transición y me dispongo a justificar el por qué.
La Transición y la Constitución del 78 son un edificio completamente vacío. Los ponentes constitucionales fueron capaces de alcanzar un consenso de mínimos que constituía una casa lista para empezar a vivir dentro de ella. La ética pública, como decía el profesor Peces – Barba, contenida en los artículos de la Constitución y que querían ser las vigas y los cimientos sobre los que asentar una prospera época para todos nosotros. Esa ética pública, ese consenso de mínimos está perfectamente resumido en el artículo 1.1 de la Carta Magna:

“España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político”. Cada uno de esos principios es una férrea columna que sostiene el edificio llamado España.

Sin embargo, todos coincidiréis conmigo en que comprarse una casa vacía, por muy bonita que sea, es inútil si después no la amueblamos por dentro y empezamos a organizar la convivencia dentro de ella…. Y es aquí, donde todos hemos fallado. Por todos me refiero a la clase política, a la élite económica y a la sociedad civil.

Hemos decorado el edificio con un mal gusto impresionante, no hemos limpiado a tiempo determinados rincones y ahora nos encontramos con mucha suciedad acumulada debajo de las alfombras. No es culpa de la Transición ni de la Constitución del 78 todo lo malo que tenemos ahora encima. Cualquiera que lea el texto constitucional verá que es lo suficientemente amplio y generoso como para después construir un hogar dentro de él.
Hemos fallado en lo más importante, pero lo bueno de esto es que tenemos el edificio todavía en pie. Todos queremos un país democrático, todos queremos un país en el que la Constitución del 78 es perfectamente válida. Solo tenemos que volver al principio, volver a construir un hogar a partir de la estructura que nos dieron en los años 70.

Aunque claro, para ello necesitamos a Max Weber y su ética de la Responsabilidad. Necesitamos liderazgo y sobre todo, necesitamos una sociedad civil fuerte e inteligente que no se deje llevar por ofertas baratas de muebles baratos… no siendo que lo barato… después nos salga caro.


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