Si hace unas semanas, asistíamos al rifirrafe entre Muñoz Molina y Javier Cercas acerca de la figura de Galdós. Ahora, asistimos al tira y afloja entre Slavoj Zizek y Byung-Chul Han, grandes pensadores del pensamiento político actual. Para Zizek, la pandemia traerá consigo "la barbarie de alguna forma de comunismo reinventado". Para Byung-Chul, por su parte: "el virus no vencerá al capitalismo". Si para el primero, el coronavirus creará un sentimiento colectivo que avivará, de nuevo, la llama del marxismo. Para el segundo, el virus no tendrá trascendencia en los tejidos ideológicos. Y no las tendrá, según él, porque "ningún virus es capaz de hacer la revolución". Ningún "virus es capaz de hacer la revolución", cierto. Pero, los virus pueden ser factores desencadenantes de cambios culturales, estructurales e internacionales.
La sociedad postvirus estará marcada por una reinvención de las relaciones personales. Volveremos a las formas rurales en detrimento de las urbanas. Asistiremos a formas basadas en mayor distancia entre la gente, saludos desprovistos de besos y abrazos, mayor preocupación por la salud y una vuelta hacia los valores familiares. Asistiremos a una contradicción de los valores. Por un lado, nos volveremos, fruto de la cuarentena, más comunitaristas y, al mismo tiempo, más individualistas. Comunitaristas porque valoraremos más el tiempo. Sabremos que lo único importante es el presente. Y sabremos que nuestros seres queridos son tan frágiles como el cristal de Murano. Esta toma de conciencia nos hará más proclives a regar las relaciones con gestos, visitas y llamadas. Por otro lado, nos volveremos más individualistas. Más de lo que éramos por las consecuencias del teletrabajo y los efectos del aislamiento. Un aislamiento que nos habrá servido para ser más independientes ante los azotes de la vida.
El coronavirus también traerá cambios estructurales. Cambios en nuestras pirámides organizativas públicas y privadas. Tras la pandemia, las empresas se volverán más flexibles. Más flexibles para afrontar los imprevistos. Esta flexibilidad se manifestará en un incremento de los contratos temporales y organigramas en trébol. En cuanto a lo público, aumentará el valor del Estado del Bienestar. Saldrá favorecida la socialdemocracia en detrimento de la fórmula liberal. El Estado saldrá reforzado en el ideario colectivo. Ganará, de cero a cien, la imagen de la sanidad publica, la educación y el ejército. Aumentarán los candidatos a funcionarios del Estado. Y se incrementará la intención de voto hacia fuerzas de la izquierda. El coronavirus traerá consigo cambios en las pautas de compra. Se incrementarán las compras por Internet y se evitarán las aglomeraciones. Habrá, por tanto, un descenso de las compras en las horas de máxima afluencia. Y se incrementará la compra preventiva. Compras de material sanitario, como desinfectantes y mascarillas, formarán parte de los armarios españoles.
Finalmente, el coronavirus transformará las Relaciones Internacionales. Asistiremos a una crisis de la Unión Europea. Una crisis marcada por el rifirrafe entre euroescépticos y europeístas. Rifirrafe suscitado por las discrepancias internas sobre la aplicación de políticas expansivas o restrictivas. Se producirá, una vez más, una Europa bipolar entre los de arriba y los de abajo. Una bipolaridad que se traducirá en "brotes británicos". Por otro lado, China se convertirá en el líder indiscutible del mundo. Una primera potencia mundial que tocará, sin duda alguna, el orgullo americano. Un orgullo herido por su desplazamiento en el podium global. Aumentarán las partidas para cooperación y desarrollo. La sociedad civil tomará conciencia de la vulnerabilidad del planeta. Estaremos ante una ciudadanía más pesimista ante la seguridad del mundo. Y ese pesimismo se traducirá en un auge del espíritu crítico. Un espíritu crítico necesario para tomar decisiones de calidad ante el fantasma de la temeridad.