Aún recuerdo con nostalgia cuando nació Marcos, nuestro primer hijo. Una de las primeras compras que hicimos mientras nos preparábamos para su llegada fue un conjunto de sillita de paseo, capazo y grupo 0. Al principio pensaba que habíamos hecho una jugada maestra, en una sóla compra habíamos cubierto todas las necesidades de transporte del niño para los próximos tres años.
Pero pronto sentimos la necesidad de comprar un bolso para colgar del manillar de la sillita, y algunos juguetes para que el niño se entretenga mientras paseamos, y una sombrilla, y…
Y así es como se produce el efecto Diderot, compras algo que en teoría cubre una necesidad. Por un tiempo todo está bien pero, más pronto que tarde, esa compra te genera una nueva necesidad que se resuelve con más compras. Esas compras, a su vez, crean más necesidades que se resuelven con más compras. Si no somos cuidadosos podemos caer en una espiral de compras y necesidades que nos deje en la ruina.
Esto es exactamente lo que le ocurrió al pobre Denis Diderot, de quién recibe el nombre el efecto Diderot. Este filosofo frances recibió como regalo una bata nueva muy elegante. Al principio estaba muy contento con su regalo. Pero al poco le pareció que el resto de sus posesiones desentonaban con la bata. Empezó cambiando su silla por un sillón, luego su mesa por un lujoso escritorio… Cuantos más muebles nuevos compraba más le parecía que los viejos no estaban a la altura. Esto, a su vez, desencadenaba nuevas compras. Así, hasta que acabó cubierto de deudas y arruinado.
¿Por qué se produce el efecto Diderot?
El efecto Diderot se produce porque relacionamos unos objetos con otros, tendemos a agruparlos en conjuntos. Esto, a su vez, nos produce una sensación de equilibrio y armonía. Al adquirir algo nuevo corremos el peligro de romper las relaciones preexistentes y de perder esa sensación de armonía.
-. Oh Vaya, ¡qué bien me sienta este pantalón! Pero no tengo nada en el armario que pegue con él. Tendré que comprarme alguna camisa también.
-. Qué buena compra he hecho, ¡la mesa nueva del salón es perfecta! A ver cuando cambio el sofá, que se está quedando viejo.
-. ¡Vaya pedazo de tablet me he comprado! Pero la salida de video no es compatible con mi tele. A ver si compro un adaptador, o mejor ¡una tele nueva!. Y un teclado inalámbrico, que así puedo puedo usarlo todo desde el sofá.
¿Te suenan de algo esas situaciones? Son ejemplos perfectos de como empieza el efecto Diderot.
Como combatir el efecto Diderot
El primer paso para combatir el efecto Diderot es conocer las relaciones que existen entre nuestras posesiones. ¿Cómo conjunta nuestra ropa? ¿los muebles de nuestra casa? ¿y los aparatos electrónicos? ¿como interaccionan entre ellos?
Una vez sepamos como relacionamos nuestras posesiones procuraremos no comprar nada que desentone, que no encaje con lo que ya tenemos. El objetivo es que nuestras compras sean más o menos homogéneas, que sigan un estilo al margen de las modas. Así conseguiremos que se mantener esa sensación de equilibrio y armonía que nos aleja de la vorágine de compras.
Personalmente en algunos aspectos he ido más lejos y he establecido mis propias normas. En el pasado, cuando tenía que ir mejor vestido al trabajo sólo compraba pantalones chinos azules marino o beis, camisas que conjuntarán con esos colores, calcetines, zapatos y cinturones negros. De este modo, cualquier prenda de mi armario conjuntaba con todas las demás.
Ahora mismo sólo compro pantalones vaqueros (y sólo cuando se me rompe alguno de los que tengo) que pegan con todas las camisas y camisetas que tengo en el armario. Así mantenía y mantengo la armonía de mi armario y así evito que se inicie el peligroso efecto Diderot cuando voy a comprar ropa.
Ah, ¿Recordáis ese pantalón que no pegaba con nada de nuestro armario? ¿y la tablet con una salida de video “exótica”? Esos, ¡que se los queden los de las tiendas!