Revista Sociedad

El efecto electoral

Publicado el 19 septiembre 2019 por Abel Ros

Ayer, varios conocidos me preguntaban, en El Capri, sobre qué pasará el próximo 10-N. Indignados con la situación, no entendían por qué, tras cinco meses de negociaciones, la casa estaba sin barrer. Al parecer existe un enfado generalizado en los mentidores de la calle. Y existe, queridísimos lectores, porque si hacemos las cuentas; salimos a una elección por año. Una elección por año y unos presupuestos prorrogados desde hace cuatro años. Con estos mimbres, es normal que estas anomalías democráticas no sean bien acogidas por el común de los mortales. Ante esta situación, de incomodidad e incertidumbre, resulta complicado predecir el futuro. A pesar de mi condición de sociólogo y politólogo. Y a pesar de lo que vaticinan las encuestas, no estamos en condiciones de atinar en la diana.

Así las cosas, se abren varios horizontes posibles. El primero de todos ellos sería, sin duda alguna, la posible abstención. Una abstención más aguda en las izquierdas que en las derechas. Más aguda porque las izquierdas aglutinan, como saben, el voto más volátil; aquel voto juvenil, moderado e indeciso. Si así sucediera estaríamos ante un escenario similar al de las recientes elecciones andaluzas. Estaríamos, como les digo, ante un triunfo de las derechas con riesgo inminente de sumar la mayoría y ostentar, por tanto, el cetro de La Moncloa. La abstención se atisba como una realidad posible por el cabreo que existe contra la partidocracia. Un cabreo que se hace sentir en los comentarios que corren por las redes sociales, bares y calles del vertedero. Comentarios en forma de: "nuestros líderes no valen para negociar", "votar para qué" o "esto es una tomadura de pelo", entre otros.

Si la participación electoral fuera alta, algo poco probable, entonces los dardos correrían por otros derroteros. Sin abstención mediante, tanto el PSOE como el PP saldrían favorecidos. Las elecciones del 10-N servirían para acercarnos, un poquito más, a los prados del bipartidismo. Esto sería así, estimados amigos, por el castigo soberano al multipartidismo. El voto útil iría hacia los partidos tradicionales en detraimiento de los nuevos. Así las cosas, el partido socialista recuperaría votantes de Podemos y el Partido Popular de Ciudadanos. De tal modo que cabría la posibilidad de que la llave del parlamento estuviera en manos de los partidos nacionalistas. Esta situación perjudicaría a las derechas. Perjudicaría por la intransigencia de Ciudadanos a pactar con el catalanismo. Las izquierdas, sin embargo, no lo tendrían tan complicado. No olvidemos que las fuerzas de Rufián han moderado su discurso. Y no olvidemos que el PSOE siempre habló del respeto a la legalidad y de la apelación al diálogo en la cuestión catalana.

El partido más perjudicado de cara al 10-N podría ser Ciudadanos. Ciudadanos se convierte en parte responsable de la convocatoria de nuevas elecciones. Su abstención hubiese sido suficiente para que Pedro Sánchez, hoy, fuera presidente. Esa determinación será castigada por quienes vieron en la formación naranja a los árbitros de la partida. ElPSOE, sin embargo, no será tan salpicado. Pedro Sánchez ha cumplido con el encargo de Ferraz. El grito al unísono: "con Rivera no", no ha sido traicionado por el líder socialista. Un líder que tampoco ha corrido el riesgo de introducir un "caballo de Troya" en el seno de La Moncloa. Podemos, por su parte, sale tocado pero no hundido de cara a las próximas elecciones. Su estrategia de la colación, del "dos gobiernos en uno" les ha servido para no ser etiquetados como "los malos de la película". De todo este entramado hay un dato importante, Podemos ya no es el socio preferente del partido socialista. Y ello los votantes lo saben. Saben que la sangre ideológica de la izquierda pasa por surcos diferentes.


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