Revista Comunicación
Perder o ganar son las opciones que hay en el deporte. Como en todo juego, alguna de las dos posibilidades tienen más probabilidad que la otra, dependiendo de una serie de factores. Pero en ningún caso, ni el triunfo ni la derrota están asegurados de antemano. No podemos controlar el resultado. Sí, el modo en que se da.
Los Pumas están en medio de un proceso de cambio trascendental. La incorporación al ex Tres Naciones (ahora Rugby Championship) significó mutar las estructuras del rugby argentino y apostar a un estilo muy distinto del que estaba en el ADN nacional. Basta recordar los reproches de cierta dirigencia local hacia la “locura” de Agustín Pichot, ex capitán y puntal decisivo para que Argentina tuviera una participación regular con los mejores del mundo.
El rugby del hemisferio sur le saca una cabeza de ventaja al europeo. Y Argentina estaba obligada a jugar en la élite y a cambiar, si no quería hacer un papelón en esas lides. Ese proceso representó comerse una seguidilla de derrotas hasta que los Pumas estuvieran a la altura de poder jugar (no ya ganar) de igual a igual ante gigantes como Sudáfrica, Australia y los increíbles All Blacks.
Si el rugby argentino hubiera copiado el conformismo derrotista que nos caracteriza en otros campos, hubieran tirado la toalla hace mucho tiempo. Pero decidieron cambiar, aceptar el consejo de especialistas extranjeros, apostaron a un nuevo estilo. Y aprendieron de sus derrotas para corregir conductas y ganar cualidades con el roce constante con los mejores.
Ayer los Pumas derrotaron a Irlanda y se metieron en semifinales del Mundial (un Mundial monopolizado por representantes del hemisferio sur). No fue importante el resultado. Fue importante el modo en que llegó al triunfo. Atacando, haciendo un rugby dinámico, con pases, jugando desde cualquier posición. Un rugby del hemisferio sur. Un estilo que no tenía hace unos años. Ayer ganó. Pudo perder. Pero no importaba el resultado. Importaba que ya había ganado antes de entrar a la cancha. Porque había decidido cambiar y había apostado a que no era menos que nadie y que podía competir al mejor nivel, si se aprendía cómo.
Es inevitable, a una semana en el que los argentinos estamos por decidir qué país queremos ser, reflejarse en el espejo Puma. Los Pumas nos demostraron que, haciendo las cosas bien, no saltando etapas, trabajando duro, estamos al nivel de cualquiera. No hay un sudesarrollo congénito, fruto de la fatalidad. No existe el falso mito de que “aquí no se puede, por un problema cultural”. Los Pumas, como en tantos otros campos de nuestro país, demostraron que cuando se hacen las cosas con racionalidad y perseverancia, los objetivos se pueden lograr.
Para los facilistas, el proceso de construcción de un éxito se reduce a poner huevos, ser ganador, tener actitud. Eso es una pavada. Pero esos tipos son los que hasta ayer decían que los Pumas eran un equipo sobrevalorado, que nunca había ganado nada y que eran unos pechos fríos que perdían todos los partidos. Tipos que desde la mediocridad de su living juzgaban con misma liviandad con la que encararon su propia vida.
Hay un sólo camino para la excelencia. Y lleva tiempo. Y caídas. Y esfuerzo.
Los Pumas están en ese camino y esto no termina en un Mundial. Ni siquiera en si logran llegar a la final después del próximo fin de semana. Como la Generación Dorada en el básquetbol, el triunfo de ellos se mide en el respeto que ganaron en los rivales. Eso no se compra: se gana dentro y fuera de la cancha.
Y es más importante que cualquier triunfo.
Sepamos mirarnos en el espejo Puma. Y decidamos qué queremos ser.
p.d.: ver el Mundial de Rugby es asistir a la contracara del mundial organizado por la FIFA. Los árbitros están asistidos por la tecnología; los planos se observan en todo el estadio; se escucha el audio del árbitro hablando con sus asistentes y con los jugadores; el público reprueba las acciones antideportivas; los sancionados deben salir diez minutos y miran el partido sentado en un banco al lado de la línea de cal; hay sanciones de oficio en la semana, para faltas que no fueron percibidas por el árbitro en el campo de juego; los hinchas se mezclan y comparten el partido, uno junto al otro; se aplaude al ganador pese a que no sea de nuestro equipo; hay sustituciones temporales por lesión; los cambios reglamentarios buscan dinamizar el juego y favorecer el afán ofensivo. Son tantas las diferencias con la FIFA y su conservadurismo nacido en la corrupción que estamos ante dos mundos irreversiblemente opuestos.