Dos capitanes japoneses compitieron, animados por la prensa japonesa, en un concurso para ver quién cortaba la cabeza antes a cien enemigos con la espada y de un solo tajo
En agosto de 1944 (hace 80 años) los contendientes de los dos bandos ya tenían claro que la II Guerra Mundial estaba decidida, por más que los perdedores trataran de retrasar la derrota. Al año siguiente, en los últimos días de la guerra en el Pacífico, muchos españoles fueron asesinados por los japoneses que, frustrados y rabiosos, se retiraban matando de Manila
Uno de los episodios menos conocidos de la guerra en el Pacífico es el que tuvo lugar en Manila en 1945, en los instantes finales de la II Guerra Mundial, cuando el ejército japonés sabía que su derrota era inminente; rabiosos, soldados y oficiales se volvieron contra la población civil, entre la que había españoles que se habían integrado en la sociedad filipina y llevaban allí varias generaciones.
Ocurrió en la capital de Filipinas en apenas un mes. El avance estadounidense era evidentemente imparable, de modo que los japoneses (tras tres años de ocupación) ya estaban convencidos de su próxima derrota. Así, con la seguridad de que el futuro era la muerte, la rendición o la huida, y afectados por la arrogancia convertida en insoportable frustración, los nipones comenzaron una política de exterminio que se saldó con el asesinato de alrededor de 60-70.000 civiles (el total de muertos en la batalla ascendió a 100.000). En su violenta retirada quemaron y destruyeron, asesinaron, torturaron, violaron, mutilaron… a filipinos, alemanes, chinos, suizos…, y españoles.
Según testimonios escritos por supervivientes, por periodistas e historiadores, a principios del año final de la guerra, alrededor de 300 españoles fueron asesinados con una ferocidad inaudita; hombres mujeres y niños, curas y monjas cayeron bajo las espadas y pistolas de los enloquecidos soldados de Japón. Unos fueron decapitados, como el cura que protestaba por la matanza de civiles filipinos y allí mismo, sin mediar más explicación, un coronel le rebanó el cuello con su sable; otros fueron acribillados por las bayonetas cuando atendían a heridos y moribundos. Igualmente es conocido el caso de algunos de aquellos ‘últimos de Filipinas’ que se habían escondido en un refugio antiaéreo; los militares japoneses los encerraron, vertieron bidones de gasolina y lanzaron bombas de mano… Tampoco se privaron de irrumpir en consulados y embajadas llevándose todo y a todos por delante.
Lo peor fue que ese comportamiento de las tropas del Ejército Imperial no era una excepción, al revés, fue una confirmación de los modos que había empleado en toda Asia durante su expansión y retirada. Así es, las atrocidades japonesas no tuvieron freno, quedando para los anales de la infamia abundantes y vergonzantes sucesos que incluyen el asesinato sistemático y la destrucción de edificios e incluso ciudades; baste recordar la toma de Shangai en 1937, el asqueroso Escuadrón 731 de Manchuria, las indescriptibles salvajadas perpetradas en Corea (incluyendo la esclavitud sexual a que sometieron a miles de coreanas) o, a finales de ese año, la monstruosa actuación del Ejército Japonés en Nankín (que ha pasado a la historia con el nombre de la Masacre o la Violación de Nankín)…
Todo eso se supo tanto por los testimonios de los supervivientes como por los periodistas que estaban allí, pero incluso los propios japoneses elaboraron un informe en 1948 después de asimilar la derrota y comprender que, tarde o temprano, todo iba a saberse; ese informe detallaba todas las barbaridades cometidas por sus soldados desde Mongolia hasta Nueva Guinea. Conocida es la competición para ver quién cortaba más cabezas de un solo tajo con la katana, que dos capitanes llevaban a cabo y que era jaleada por la prensa japonesa…
Aquel sangriento episodio conocido como la Batalla de Manila es Historia Universal, y en el mismo dejaron su vida varios cientos de españoles que también forman parte de la Historia de España. Todo lo que España había construido en varios siglos en Manila (fábricas, sedes sociales, centros de beneficencia, colegios…) fue borrado del mapa por unos militares encolerizados, rabiosos por encontrar algo o alguien sobre quien descargar su ira, alguien a quien culpar de su derrota. Eses mismo ejército, esos soldados, oficiales y generales, junto a los políticos, fueron los que se negaron a rendirse, los que no doblaron la rodilla hasta después de la segunda bomba atómica. Aquellos españoles asesinados por los nazis del sol naciente también merecen ser recordados.
CARLOS DEL RIEGO