Revista Historia

El embalse de Mediano o el salvaje desalojo de un pueblo que no quería morir

Por Ireneu @ireneuc

A pesar de gustarme los paisajes verdes y boscosos, y tal vez justo por ello, los paisajes áridos y semidesérticos me han llamado la atención desde siempre. El hecho de tener familia en Bujaraloz, en Los Monegros (Aragón), y saber que aquel erial llano como la palma de la mano había sido, siglos ha, un cerrado bosque de sabinas arrasado por la mano del hombre, no hacía más que despertar mi curiosidad por la posibilidad de revertir aquel desierto en bosque otra vez ( ver La indignante muerte y milagrosa resurrección de una laguna de interior ). Sin embargo, en aquella tierra si algo faltaba era agua y, de hecho, aún me acuerdo de las grandes tinajas de barro que ocupaban la entrada de la casa de mis tíos donde almacenaban el agua que se les llevaba con cisternas. Aquel paisaje no se normalizó hasta 1975, cuando les pusieron el agua corriente, pero el agua no salió de la nada y tan solo la construcción de los grandes pantanos del Pirineo permitieron llevar el agua a aquella sedienta tierra. Pantanos que, construidos a machamartillo durante el franquismo, anegaron gran cantidad de pueblos pasando al galope sobre cualquier derecho o voluntad popular. Y uno de esos episodios, por ignominioso e indignante, fue el desalojo del pueblo de Mediano, ubicado a escasa distancia de la presa homónima, en la comarca oscense de Sobrarbe.

La conveniencia o no de convertir en regadío zonas donde los recursos hídricos son escasos es una polémica que ha llegado a la sociedad hace tan solo pocos años. Anteriormente, sobre todo a finales del siglo XIX y principios del XX, el debate se centraba en cómo hacerlo y, en ningún caso, el por qué hacerlo o las consecuencias de llevarlo a cabo. O dicho de otra forma, que los únicos limitantes eran los técnicos y los pecuniarios, desestimándose por defecto cualquier limitación moral y medioambiental que pusiera en peligro los intereses de los posibles regantes. Y si ello implicaba el levantamiento de mastodónticas presas, se hacía y punto, aunque ello provocase, a la larga, graves problemas colaterales ( ver El problemático lodazal de los sedimentos de los embalses ).

Uno de estos embalses, que tenía que dar suministro a los canales de Aragón y Catalunya obteniendo su agua del río Cinca era el embalse de Mediano. Un embalse que, si bien no afectaba al pueblo de Mediano -del cual obtiene el nombre- anegaría uno de los valles más hermosos y fértiles del Prepirineo aragonés. El bien general, los intereses de la oligarquía agrícola que se beneficiaría del riego derivado y un territorio en despoblación que aún se desplazaba a lomos de caballos y mulas, hicieron que, en 1915, el rey Alfonso XIII ( ver La reina Victoria y la trascendente epidemia de hemofilia entre las casas reales europeas ) aprobara el proyecto de Plan de Riegos y, con él, el levantamiento de la presa.

El embalse no empezó a construirse hasta octubre de 1929, pero el advenimiento de la II República, el replanteamiento del proyecto en 1932 -que pasó a anegar el pueblo-, la Guerra Civil y el impago de los jornales por parte del contratista encargado de levantar la obra, hicieron que el embalse sufriera continuos retrasos y paralizaciones. No fue hasta 1941 cuando Franco, pretendiendo convertir los Monegros en una vega agrícola con más de 300.000 hectáreas de regadío, procedió a reemprender las obras de construcción de pantanos, entre ellos el pantano de Mediano. No obstante, el proyecto inicial no sumergía el pueblo, por lo que una tensa negociación por las compensaciones de la expropiación se puso en marcha.

Mediano era un pequeño pueblo con 14 casas de labrador correspondientes a otras tantas familias, y si bien hubo gente que pronto abandonó el pueblo ante la falta de futuro claro, las ridículas cantidades que se ofrecían por las propiedades y tierras expropiadas (se aplicó una ley de 1879 por la cual recibirían el valor de una propiedad similar, no por los daños ocasionados) hizo que buena parte de la gente se negara a irse, provocando la ralentización de las obras. Obras que, llevadas a cabo por Dragados y Construcciones por 250 millones de pesetas y utilizando a gran cantidad de presos políticos republicanos como mano de obra esclava, contrariamente a lo que se podría pensar llenaron de vida el pueblo con sus trabajadores. De esta forma, Mediano llegó a tener unos 800 habitantes y todo tipo de servicios, desde bar, cine, baile, carnicerías, peluquería... Ironías de la vida, lo que iba a matar el pueblo, justamente le estaba dando la vida.

Hacia 1960, el proyecto observó la incorporación en la presa de una central hidroeléctrica gestionada por ENHER, pero los continuos retrasos en los tribunales por los recursos de las familias resistentes al desalojo, llegaron a exasperar los intereses de la hidroeléctrica y de los regantes de la zona baja de Huesca que, ávidos del negocio fácil en plena época desarrollista ( ver La corrupta historia de los coches llamados "Gracias Manolo" ) presionaron a las autoridades franquistas para que entrase de una vez en funcionamiento el embalse. El rodillo estatal se puso en marcha y se empezaron a derruir las casas de los que habían vendido. La diferencia era que se hacía a golpe de dinamita. Dinamita cuya explosión se utilizaba para destruir tanto la extraordinaria resistencia de unas piedras centenarias como la moral de los que no querían irse. No obstante, mientras se mantuvieran en su casa, el pantano no podría entrar en funcionamiento... o al menos eso les habían prometido desde la Confederación Hidrográfica del Ebro.

El 27 de abril de 1969 amaneció con un fuerte aguacero que no paró en todo el día, provocando la crecida del río Cinca. Sin embargo, a las 6 de la tarde, después de la misa por la muerte de un vecino, los vecinos vieron aterrados que aquello no era como tantas otras veces. El nivel del agua estaba creciendo a una velocidad endiablada amenazando de anegar el pueblo. Las compuertas del fondo del pantano no estaban abiertas y, ¡oh, casualidad!, el único teléfono de la zona no funcionaba por la lluvia. Nadie atendía sus llamadas.

Deprisa y corriendo, los medianenses que resistían el mobbing franquista como la aldea de Asterix, vieron que o evacuaban o ponían en riesgo su vida. Así que, ante el aumento inexorable del nivel del embalse, recogieron corriendo los pocos enseres que pudieron trasladar con los precarios medios de que disponían. La indignación y la impotencia de ver sumergido su pueblo (no se había ni trasladado el cementerio), llenó de lágrimas el alma de aquella gente. Incluso una abuela, que vivía sola, decidió que antes moriría ahogada que abandonar su casa, cerrándose por dentro y negándose a salir. Tan solo la fuerza bruta de la Guardia Civil, derribando la puerta, fue capaz de doblegar la tozudez desesperada de aquella mujer que, no solo perdía una casa, sino su vida, sus recuerdos, su historia... Todo.

Durante tres días el cielo se abrió en canal, lloviendo como nunca antes lo había hecho. Evacuados cuando el agua ya llegaba hasta las rodillas, lo que no pudieron llevarse se subió a los desvanes, en la vana esperanza de que la apertura a tiempo de las, hasta entonces, bloqueadas compuertas de fondo impidieran el desastre. El embalse arrasó con todo. En aquellos tres días de abril el nivel subió 18,5 metros hundiendo bajo el agua todo lo que quedaba de Mediano, obligando a las 6 familias que aguantaron hasta el fin a buscarse una nueva vida. Unos se instalaron en las casas que la Confederación Hidrográfica construyó más arriba, otros se fueron a pueblos cercanos y otros tuvieron que irse con la familia a Barcelona, pero todos con sus existencias rotas sin remisión, convertidos, en el peor de los casos, en auténticos muertos en vida.

Nunca se supo qué fue lo que pasó. La Confederación Hidrográfica dice que nadie dio orden alguna, que fallaron las comunicaciones por las lluvias y fue todo un desgraciado suceso; los evacuados no dudan de que fue absolutamente premeditado para imponer su ley y echarlos del pueblo. Sea uno o sea otro, de Mediano, tan solo queda la torre de la Iglesia, testimonio mudo del sufrimiento y la tristeza de una gente cuyas vidas fueron sacrificadas sin misericordia para satisfacer las necesidades de agua de zonas más secas, pero, sobre todo, para satisfacer las ansias de negocio de gente que ni vivía, ni conocía, ni le importaba lo más mínimo el territorio ahogado.

Un año después aún se recuperaban cosas de las casas. La próxima vez que vaya al lavabo recuerde que, de aquel grifo abierto con tanta alegría, puede que no solo salga agua, sino también dolor, indignación e injusticia.


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