Revista Cultura y Ocio
Leo una novela del premio Nobel Pär Lagerkvist, en la traducción (sospechosa) de Fausto de Tezanos Pinto (Emecé Editores, Buenos Aires, 1963). Se trata de El enano. Y digo que la traducción se antoja sospechosa porque aunque declara que el título original en sueco es “Dvärgen”, hay algunas pistas muy ostentosas que permiten concluir que está trabajando sobre una versión francesa. Por ejemplo, en la página 61 del libro se dice que unos personajes “estaban en tren de inspeccionar...”. Cosas así. ¿Que qué me ha parecido? Pues solamente correcta. Creo que el punto de partida (un enano de la Corte, en la línea satírica e intrigante de un Francesillo de Zúñiga) daba para mucho más. Me sorprende (y no sé si es invento de Lagerkvist o idea mítica) que los enanos se consideren una raza aparte, antigua y sabia. ¡Ah, bueno, sí! Hay un fallo técnico-novelesco clamoroso: Lagerkvist hace decir al enano que odia al príncipe León por querer firmar la paz con sus enemigos. Y, de repente, cuando esos enemigos han llegado y van a cenar, el enano afirma que su señor le ha comunicado un secreto, y que lo idolatra por lo gran príncipe que es (p.128). Es decir, que ha urdido una emboscada traicionera. Esto me parece una torpeza del autor, porque nos hace “estar esperando” lo que sabemos que va a ocurrir. Novela mediana que podría haber sido estupenda.
“Todos saben lo que realmente es el amor y por eso convienen en que un poema que lo disfrace tiene que ser una bella poesía”.