Esa sensación que nos embarga cuando se deja de manifestar algo, sea con el habla con el lenguaje corporal, por incapacidad o porque en ese momento es lo que nos representa.
Sentirse encerrado. Como cuando pensamos algo y a eso mismo ya le encontramos su verdad contrafáctica, una elucubración tras otra del entretenimiento mental de saberse resuelto sin que por eso se mueva un pelo de la cosmovisión que ya teníamos preestablecida.
Se dice sin decir. Se busca la comodidad de lo ya conocido, para escapar a la escena que nos vuelque el ansia, el bendito temor.
Me veo de adentro. Me veo de afuera.
¿Quién logra estar satisfecho sin poder citar algún hecho?
La escena me devuelve repeticiones, reincidencias, la necesidad del valor ajeno para sentirse aprobado, querido.
El no ya lo tenés es una frase interesante…
El encierro invade al creerse dueño de alguna verdad, o pretender ver a las personas como piezas de un ajedrez. El no control se apodera del caos exiguo de una maquinaria que si arremete se vuelve trunca, por obsoleta.
Los engranajes deben estar aceitados para funcionar. Por más vuelta de acceso, o forma de mantenerse en la asepsia del rol ya ensayado, aprendido hasta la mínima memoria.
El que crees te encaja. ¿Y si mirás al lado?
¿Y si tomás prestado uno para salir de la abulia indecente del que frena sin pausa?
Pausa. A ver, vos…