Revista Viajes

El encierro termina en el mar

Por Viajaelmundo @viajaelmundo

Un paisaje azul

Un paisaje azul

He pasado casi dos meses sin moverme de casa. Sé medir el tiempo por lo mucho que me cuesta levantarme en la mañana, por la oleada de mal humor que me da por las tardes y que se va después de alguna vuelta por la nevera, de mirar por la ventana o de lanzarle un juguete a mi perro para ver cómo va y viene por la sala de la casa, que se vuelve pequeña.

Yo -y me atrevo a afirmar que la mayoría de los viajeros- estoy acostumbrada a tropezarme con esa sensación: la de no saber cómo estar y cómo moverme en ese lugar al que pertenezco. Las noches son largas, los días, calurosos; aunque estén nublados, aunque haga frío. No sabemos estar en casa aunque siempre extrañemos -y necesitemos- volver a ella; porque el tiempo acá en este espacio, luego de varios días, se vuelve repetido y a eso le huimos.

La orilla, siempre generosa

La orilla, siempre generosa

Por eso miramos por la ventana, leemos, escribimos por horas, fotografiamos lo mínimo en ese afán de conseguir en la ciudad lo que otro no ha alcanzado a ver. Pero el problema es la casa; al menos el mío. He pasado casi dos meses sin moverme de casa.

Entonces, volví al mar por un rato, como quien va a pedir permiso para poder salir de nuevo. Me llené los pies de arena y sentí la brisa. Sabía que podía volver aquí, a esta cercanía y pertenencia que es el hogar, con el cuerpo relajado. Uno va al mar a buscar respiro. Yo fui a vaciar los dos meses de encierro y nos entendimos, porque uno hace eso: va y habla con el mar y él, devuelve las respuestas y te las repite, como las olas. Vas y le dices al mar que ya toca salir de nuevo y dejar la casa por unos días. Y él te dice que la vas a extrañar, que siempre, siempre, vas a volver.

 


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