Otra noche de viernes, en que Sara terminaba su semana de trabajo y sabía que al llegar a casa no habría nada. No habría un plan con amigos, ningún novio esperándola, ni siquiera una mascota. Tampoco habría planes para el fin de semana, lo más parecido a un plan, era su ordenador en la habitación, que como todos los fines de semana sería con lo único que mantendría contacto. Aunque la semana anterior se le había ocurrido la osada idea de compartir aquellas cosas que escribía en una red social para ‘autores noveles’. Era algo que le incomodaba, pero nada perdía probando.
Ya se encontraba frente a su departamento girando la llave en el pomo, cuando al abrir se encontró con que no había nada. Pero era diferente a las veces anteriores. Ahora, literalmente, no había nada. Todos los muebles habían sido removidos de su lugar, incluyendo mesas, estanterías, alfombras, los adornos que habían colgado de la pared. Ya no quedaba nada.
Recorrió el resto de la casa: la cocina, los baños, la bodega. De sus pertenencias parecía que hubiera desaparecido todo, no había siquiera indicio de que esa mañana alguien hubiera habitado el lugar. Cuando llegó al dormitorio se encontró con una nueva sorpresa. Un hombre alto en sus treinta sostenía bajo el brazo un ordenador portátil que reconoció como de su propiedad.
Antes de que Sara pudiera reclamarle su presencia y la ausencia de sus cosas, antes aún que pudiera emitir tan sólo un sonido el desconocido afirmó lo que llevaba en las manos era suyo. Y con el brazo libre la agarró presionándola contra él e inmovilizándola.
Sara no comprendía lo que estaba sucediendo. Toda su vida había sido muy normal hasta el punto de resultar aburrida. Había sido dejada en un orfanato, nunca tuvo una familia y le costaba hacer amigos. Cómo iba a ganarse enemigos, porque lo que estaba sucediendo le pasa a la gente que tiene enemigos, no ha alguien como Sara.
A los pocos minutos aparecieron dos personas más, vestidas idénticamente al hombre que había llegado primero. Y sin dirigirle una palabra la ataron y vendaron. Lo único que pudo Sara deducir es que la habían sacado de su casa y ahora se encontraba en un carro que iba muy rápido probablemente a un lugar desconocido. Esta historia no tenía ni pies ni cabeza, era lo más extraño y absurdo que le había sucedido en la vida. No sabía si preocuparse, ponerse a llorar o reír histéricamente. Tal vez había entrado en un estado de shock que la hacía conservar la calma. O tal vez fuera sólo un sueño y de alguna manera lo sabía, por eso estaba tan tranquila.
¿Qué podría haber sucedido? No lo sabía. Sólo sabía que se acababa de despertar y estaba recostada en una cama, la habitación no era muy grande, pero suficientemente espaciosa para una persona. Y todo, absolutamente todo, era blancuzco. Pero, lo más extraño era que no había siquiera una puerta. Las cuatro paredes eran completamente llanas. Como si aquel lugar lo hubieran construido estando ella dentro.
Cuando habían pasado unos quince minutos desde que estuviera conscientemente despierta sonó una voz neutra:
“Estás aquí por aquellos textos que publicaste. No sabemos como te enteraste de esos sucesos, pero lo que sí sabemos es que no podemos permitir que sigas divulgando esa información. Estarás ahí encerrada hasta que lo creamos conveniente, lo cual no será poco tiempo. Si deseas denunciar al culpable de haberte dado esa información estaremos dispuesto a escucharte, mientras tanto no.”
Al cesar el mensaje de la voz, Sara estaba aún más confundida de lo que podría haber estado hace unos momentos. A qué se referían si lo único que ella había publicado en la web era unas historia de fantasía que se le habían ocurrido. ¿Cómo podía ser aquello una amenaza para estos desconocidos?