Fotografía: José Luis Prieto
A Antonio Moreno, el todavía jefe superior de policía en la Comunidad Valenciana, debe ser que los enemigos le son tan estimulantes como a Katherine Hepburn, Si no, no se entendería una actuación tan desproporcionada como la de ayer ante las protestas de unos chavales que, hartos de soportar el sopor de las clases bajo el rigor de la manta Paduana, decidieron concentrarse para exigir la vuelta de la calefacción a las aulas. Si éste es el resultado de sofocar la protesta de un grupo de adolescente, no es difícil imaginar lo que ocurrirá el día en que a los bragados sindicalistas les dé por convocar una huelga general.
A los 25 detenidos -5 de ellos menores de edad- y los 13 heridos leves -11 de ellos policías, se desconoce si por heridas de compás o de rotring-, además de las agresiones sufridas por diputados del congreso, periodistas, viandantes y trabajadores de la zona, amén de los propios manifestantes, hay que sumarles ahora una convocatoria de protestas a nivel nacional en contra de los abusos policiales. Es lo que se conoce en el argot como apagar el fuego con gasolina.
El “no es prudente revelarle al enemigo mis fuerzas” de Antonio Moreno, cuando fue requerido por los periodistas a desvelar el número de agentes que participaron en el operativo, pasará a los anales de la historia como una de las frases más estúpidas jamás pronunciadas por un mando policial y en el peor de los momentos. Sólo es necesario bucear un poco en las redes sociales para percatarse de la magnitud de la estulticia.
Ante la evidencia de tamaño despropósito, tanto el Sindicato Unificado de Policía (SUP), cuyo secretario general, José Manuel Sánchez, tildó ayer de “impresentables” a quienes calificaron la carga de “brutal paliza”, como la delegada del Gobierno en Valenciana, Paula Sánchez de León, se han dedicado hoy a endosarse mutuamente la responsabilidad última de la salvajada, en un apoteósico ejercicio de lavado público de manos.
Es el eterno debate entre la autoridad y quien ejerce la obediencia debida, en cuyas aguas siempre turbias pretenden eludir la asunción de responsabilidades que les corresponde en función de los cargos que ostentan. La una por permitirlo u ordenarlo, y el otro por ejecutarlo sin cuestionar lo excesivo de la orden en el caso de que ésta hubiera existido.
Porque abofetear un chaval por la minucia de gastar gafas –es imposible adivinar otro motivo tras visionar el vídeo-, me recuerda a aquella otra bofetada emérita que le propinaron a una chica en los aledaños de Sol durante una de las protestas del 15M. Y descontando que debe haber alguien que lo lleve a cabo, incluso que disfrute haciéndolo, también es necesario que alguien, con su consentimiento o silencio, permita la impunidad de tan salvaje comportamiento.
Por eso, no es de extrañar la actitud impropia y hasta chulesca del súper intendente Moreno, ya que debe pensar, como Heinrich Heine, que es fácil perdonar a los enemigos cuando no tenemos los medios de aniquilarlos.