Sin embargo, los números siguen sin cuadrar, y las reglas parecen establecidas para que no haya invitados sorpresa para tomar su parte de pastel ¿Es justa esta situación? Pues resulta que la justicia es relativa y que hay todo un sistema de variables que nos permitiría cuantificar la proporción de objetividad-subjetividad presente en el fenómeno. Si miramos en el espejo que nos ofrece la historia, podemos llegar hasta finales del siglo XVIII, donde la Revolución Francesa hizo que se rompiera el voto por estamento dominante en el Antiguo Régimen. El 3er estado, con el 95% de la población, contaba un tercio de la representación, mientras que una minoría compuesta por el clero -primer estado- y la nobleza -segundo estado- computaban dos tercios. Ante tal realidad, pocos visos de cambio podrían dar optimismo a una población oprimida y explotada. La situación, cada vez más insostenible, dio lugar a una revolución, violenta y sangrienta, como suelen ser las revoluciones, lo que permitió la aparición de una nueva vía de desarrollo social y político que desde nuestra perspectiva histórica fue beneficiosa, pues supuso la aparición del estado moderno.
Ahora vemos como normal que no exista el voto por estamento, como era normal hace 300 años. Nos parece injusto lo que hace siglos fue normal o, al menos, habitual. Sin embargo aceptamos un sistema de votación asimétrico donde el partido ganador paga 30.000 votos por escaño y donde los partidos minoritarios no obtienen representación con 70.000. Algo falta este sistema para que realmente sea democrático. Tal vez dentro de unos años vean tan injusto nuestro sistema electoral como el que existía antes de la revolución de 1789. Cuestión de perspectivas.
alfonsovazquez.comciberantropólogo