Las hadas son presentadas uniformemente como pequeñas humanoides con alas de insecto o mariposa que viven en el bosque, entre las flores, en perfecta armonía con la naturaleza. Salvo contadas excepciones, son ejemplos de pura bondad y además, como las abejas y las hormigas, viven en una sociedad mayormente femenina gobernada por una reina. Sin embargo, esto no siempre ha sido así.
Los pueblos ocultos, término que engloba a las hadas, los duendes, los elfos y los troles, son reconocidos tradicionalmente como remanentes de cultos antiguos, ya sea a antiguos dioses o espíritus de los antepasados. En su relación con la naturaleza, están ligadas recíprocamente con las brujas. La idea actual prevalente en círculos paganos y New Age de que estos cultos provenían de los pueblos nativos de Europa antes de la llegada y opresión de los indoeuropeos surge de Witchcraft Today (1954) de Gerald B. Gardner. Este añadía que ofrecían relaciones ambivalentes, pues por una parte realizaban bromas, cambiaban bebés y robaban comida, pero por otra otorgaban regalos únicos. A partir de ello fueron interpretadas como bondadosas pero traviesas, incapaces de provocar grandes tragedias, así como custodios de la naturaleza e intermediarias entre esta y la humanidad.
Esta visión es completamente moderna, pues tradicionalmente, aunque moralmente ambiguas, las hadas eran seres a evitar pues traían desgracias y enfermedades. Como con otros seres derivados de creencias vernaculares, el cristianismo las relegó al plano demoníaco, pero al hacerlo evitó que fueran olvidadas, pues se mantuvo viva su amenaza. Sin embargo, al relegarlas a ser personajes de cuentos infantiles, su relación con los niños pasó de secuestradora a protectora y compañera de juegos.
En la clasificación del mundo espiritual existía una dicotomía entre los ángeles y los demonios, considerados ángeles caídos o malvados. Esta dicotomía se rompió con la concepción del ángel neutral, que no habría tomado partido ni en la rebelión de Lucifer ni en la defensa de Dios. A su vez, las jerarquías planteaba la existencia de seres intermediarios entre los humanos y planos de existencia superiores. Estos seres intermedios ocupaban una situación liminal, sin ser totalmente espirituales o materiales, teniendo cuerpos de aire o éter. Esta idea de espíritu estaba presente en la medicina, donde los espíritus animal, vital y natural eran estados intermedios entre el alma y el cuerpo.
Esta mentalidad renacentista se aplicó a las creencias populares, planteando las dudas sobre la presencia de alma en estos seres o sobre su mortalidad. Los cuatro elementales de Paracelso influirían enormemente en este aspecto, pues las sílfides o silvestres se consideraban habitantes de los bosques. Dado que eran elementales del aire y se movían a través de él, como los humanos, se estableció que eran los más cercanos a nosotros. Se señalaba que eran seres sociales y, aunque carecían de alma como los animales, podían obtenerla casándose con un humano. Según su teoría, las sirenas, gigantes, enanos y fuegos fatuos serían la progenie monstruosa de los humanos y los elementales. En Witchcraft and the Occult (1677), John Webster defendió que no todas las apariciones tenían causa demoníaca, sino que podían ser seres intermedios, indicando que la gente común los llama hadas.
Robert Kirk describió en La comunidad secreta (1692) que estos seres tenían un cuerpo astral, eran mortales, se alimentaban y eran tanto o más inteligentes que los humanos, aunque no por ello incapaces de equivocarse. Los situaba como habitantes ancestrales, anteriores a los humanos. No obstante, el manuscrito de Kirk, completado el año de su muerte, permaneció sin publicar y las ideas de espíritus intermedios, que vivían en sociedades generalmente ajenas a los humanos, fueron decayendo.
Como ocurre con los duendes, el término hada engloba seres con distintas características y orígenes (fairy, pixie, vila, samovila, samodiva, iele, zâna, xana, anjana, tündér, nereida, etc). Pese a todo, las migraciones también han difuminado sus diferencias. En general las hadas han partido de antiguas diosas, videntes, espíritus guardianes, de la naturaleza o los muertos. Se establecían como seres ambivalentes, pues ofrecían bendiciones y fertilidad como espíritus guardianes, pero también eran almas de suicidas, niños no bautizados o los muertos violentamente que aparecían como vientos demoníacos en las tormentas. Estos traían enfermedades y eran un castigo por romper los tabúes (p.ej. salir de noche, especialmente con Luna nueva, o acercarse a sus manantiales). Su ambivalencia se demostraba en su baile, que se veía como unas pequeñas luces en el bosque. Si se ignoraban, sucedería una bendición divina, pero en caso contrario podía provocar enfermedades o el impulso imparable de bailar compulsivamente. Tanto si eran beneficiosas como si no, solían relacionarse con los espíritus de los muertos que volvían anualmente en una fecha señalada, como Pentecostés, Pascua o Rusalia.
En Irlanda se encuentran los áes side, uno de los precedentes más antiguos de las hadas. Estas los suplantaron en los montículos, cuevas y pozos en los que habitaban. Los áes síde eran un pueblo oculto que habitaba en montículos, como los troles y los draugr escandinavos. Los humanos no podían verlos, pero ellos podían ver a los humanos, rasgo que comparten con los djinn árabes. Se consideraban antiguos dioses, héroes y antepasados de los irlandeses, anteriores a la llegada del cristianismo, aunque posteriores al diluvio. Los primeros textos donde aparecen se escribieron a partir del siglo VII d.C., cuando la isla ya era mayoritariamente cristiana. Podrían registrar creencias de la Edad del Hierro (c. 700-400 a.C.) o del Bronce (c. 1500-700 a.C.), aunque podrían haber sido producto del sincretismo medieval de la historia y las creencias sobrenaturales. Lo que era evidente entonces y ahora es que estaban presentes por toda la geografía irlandesa. Sus creencias, como las del propio cristianismo, no eran uniformes, sino que fueron transformándose junto a la población, cambio que dio paso a las hadas, aunque posteriormente aparecerían en la literatura irlandesa de comienzos del periodo moderno como aos sí.
Algunas de las acciones feéricas podrían ser explicadas actualmente como enfermedades conocidas. Por ejemplo, interrumpir sus bailes inducía un trance que impedía dejar de moverse, para luego despertar desorientado y paralizado o entumecidos. Las hadas poseían a las víctimas y desfiguraban el rostro o le hacían perder sus miembros. Muchos, especialmente niños, desaparecían, asumiéndose su muerte. La posesión podía ocurrir durante la vigilia o el sueño, que junto a las visiones eran el medio que usaban para comunicarse. No obstante, también se decía que las víctimas podían volverse invisibles o desvanecerse su cuerpo.
En consecuencia, había curanderos en contacto con las hadas que ofrecían sacrificios en los lugares donde se reunían e incitaban a los afectados a dormir allí. Estos curanderos podían vivir en comunidades formadas en su mayoría por mujeres, donde compartían sus sueños y se mostraban como enemigas de las brujas.
Otro caso que señala posibles enfermedades son los cambiones. Los cambiones eran los niños que dejaban las hadas a cambio del hijo sano. Estos podían ser niños con deformidades o inanimados, que morían al poco tiempo. En ocasiones tenían rasgos más sutiles, como mayores membranas interdigitales o escamas. Los cambiones serían castigos por la falta de generosidad de la madre o por la procreación con un íncubo o un hada. Los niños que morían sin bautizar también podían transformarse en distintos tipos de hadas, como los pixies. Los cambiones adultos solían tener un apetito voraz, extremidades deformadas, macrocefalia, tardanza en dar sus primeros pasos y/o mostrarse poco habladores, sin gusto por cantar o con incapacidad para sonreír. Se les presumía una gran edad, que podía averiguarse engañándolos para que revelaran que eran más antiguo que algún bosque o cultivo local o, siendo niños, haciendo que muestren su madurez bailando.
En los cuentos modernos, el frío hierro era la debilidad de las hadas, un elemento que no pueden ni tocar. Realmente, más que ser un análogo de la kriptonita, que debilita a los habitantes de Kriptón en los cómics de Superman, el hierro tiene un efecto apotropaico, es decir, aleja el mal. El efecto de los objetos metálicos no era exclusivamente sobre las hadas, sino también sobre brujas y espíritus. Al fin y al cabo, como se ha mencionado anteriormente, son seres relacionados y entre los que no hay una diferenciación tan clara. Los utensilios de hierro, como los cuchillos o las agujas, podían usarse para contrarrestar las acciones de estos. Para evitar su entrada se colocaban bajo el umbral de la entrada o bajo la cama, ya que era habitual que atacaran por la noche. Véase el caso de la parálisis nocturna, que también se atribuía a los elfos, otro miembro del pueblo oculto, o los secuestros de niños.
De por sí, al hierro se le atribuían propiedades mágicas tanto positivas como negativas, según la época, región o uso. Por ejemplo, una herradura podía atraer la suerte o alejarla según como estuviese colocada. Incluso la posición beneficiosa en una región podía ser la perjudicial en otra. En otros casos, lo importante eran otras propiedades, como que fuera usada. El origen de este poder del hierro es difuso. En el caso de la herradura, se atribuye al relato de Dunstán, arzobispo de Canterbury en el 959, quien también era herrero. Según la leyenda, clavó una herradura sobre las pezuñas del diablo y le hizo prometer liberarlo de tal dolor si prometía que no visitaría ningún hogar con una herradura colgada sobre la puerta.
Hada madrina
El hada que actúa como un ángel de la guarda es prácticamente un invento de la literatura, ya que su naturaleza es precisamente la opuesta y lo mejor sería evitarlas. Sus primeras apariciones ocurren en Finette Cendron de Cuentos de hadas (1697) de Madame d'Aulnoy y en la Cenicienta de Cuentos de Mamá Ganso (1697) de Charles Perrault, publicados con un mes de diferencia. Aunque Perrault había escrito un manuscrito previo en 1695, no incluía ni Cenicienta ni Pulgarcito, historias que la condesa de Aulnoy conocía y que influyeron en Finette Cendron. En aquella época, los cuentos se transmitían oralmente en los salones aristocráticos parisinos con un público adulto y fue a finales del siglo XVII cuando comenzaron a plasmarse por escrito.
El hada de los dientes
El hada de los dientes responde a un ritual antiguo y generalizado de deshacerse del primer diente de leche. La forma de hacerlo es diversa. Podía arrojarse al Sol; al fuego; entre las piernas; hacia o sobre el techo de una casa; ofrecerlo a algún animal, como el agujero de un ratón junto a la chimenea; enterrarlo; ocultarlo donde no pudieran encontrarlo los animales; colocarlo en un árbol o la pared o que la madre, el niño o un amimal se lo tragara. Debido a esto se razona que el diente, o su pérdida, debía tener un importante valor simbólico. De hecho, una de las mayores maldiciones bíblicas era pedir a Dios que rompiera los dientes de sus enemigos ( Job 4:10; Salmos 3:7 y Salmos 58:6). En nórdico antiguo, tann-fé era un regalo para el niño cuando, entendiéndose como una propiedad de este y/o un pago a una deuda por algo que había perdido, es decir, el diente. A los dientes también se les otorgaba un valor único, por lo que debe hacerse inaccesible a los enemigos, como las brujas. Con frecuencia, se invocaba a un animal, como un ratón, una rata o un cuervo, para encontrar un diente nuevo y mejor.
Aunque podían existir hadas que bajo ciertas condiciones otorgaran un beneficio, como los leprechaun y sus ollas de oro, el hada de los dientes podría no haber sido una de esas. Ofrecer un diente al hada podría haber sido una forma de sacrificio para evitar que se llevara al niño. De esta manera, se colocaba el diente junto a la cama, en un vaso o plato y espolvoreado con sal para evitar que acudieran las hadas malvadas. La aversión al hierro se usaba colocando un cuchillo bajo la almohada.
El hada de los dientes tal y como la conocemos surgió a principios del siglo XX, cuando ni siquiera recibía ese nombre. Entonces los dientes eran recogidos por "las hadas", "el hada", "la buena hada", "la reina hada" o "la princesa hada". El reconocimiento como hada de los dientes surgiría tras la Segunda Guerra Mundial y, en la década de 1960, se extendería por Reino Unido. Esto habría sido posible gracias al boom de la posguerra, la cultura familiar orientada a los niños y a la influencia de los medios de comunicación. Curiosamente, a diferencia de Santa Claus, cuyo aspecto está estandarizado, el hada de los dientes puede mostrarse joven, anciana, con falda, tutú o incluso como un dinosaurio.
El interés por las hadas resurgió junto con la Revolución Industrial, cuando se comenzó a añorar la vida rural y un pasado remoto más ligado a la naturaleza, pero obtuvo aún mayor fuerza a finales del siglo XIX. Este creciente interés se debe, por una parte, a un crecimiento del mercado cultural y la atracción por lo sobrenatural pero, por otra, al rechazo del feminismo.
El interés de las artistas y autoras de novelas para adultos en las hadas era inversamente proporcional al de sus compañeros masculinos, a quienes les fascinaban. Incluso las pocas mujeres interesadas ofrecían un enfoque distinto. Por ejemplo, los goblin de Christina Rossetti no tenían nada en común con las hadas, como venía siendo la norma, sino que eran peludos y con caras de animales. Esta imagen distaba mucho con el aspecto de insecto que habían adquirido las hadas en las décadas de 1850 y 1860.
Desde finales del siglo XVIII, el desdén femenino hacia las hadas se debía a que estas ejemplificaban una caricatura de la feminidad: pequeñas en relación a los hombres, juguetonas en vez de serias, mágicamente indisponibles y de constitución delicada. Se trataba de una época donde era habitual que los autores promovieran emparejamientos donde la mujer perdiera su poder y se viera sometida a casarse. Estas mujeres solían ser doncellas cisne, selkies, sirenas o hadas. No obstante, ellas siempre se aseguraban el derecho a abandonar a sus esposos bajo una condición. La sirenita de Andersen, Melusina de Goethe, Ondina de Fouqué o Lamia de Keats son ejemplos de estas historias. Por otra parte, incluso los folcloristas ignoraban selectivamente la información disponible que indicaba que las hadas vivían como comunidades exclusivamente femeninas, al igual de las amazonas, queriéndose mantener así un ideal conservador de lo femenino, incapaz de organizarse por sí mismas.
Como los otros ejemplos del pueblo oculto, los difusos orígenes de sus criaturas apenas tienen que ver con el cajón de sastre que son actualmente. Sin embargo, a diferencia de los indefinidos troles, las hadas presentan una homogeneidad debida a las motivaciones de los grandes autores del siglo XIX. Lo que nos ha llegado no es más que una imagen sesgada que ignora sus peculiaridades. Estas no eran criaturas de bondad pura, incapaces de mayor mal que una travesura picaruela. Se trataban de seres cuyas acciones se movían entre el bien y el mal, cuya interacción con los humanos explicaba tanto las bendiciones como los misteriosos males producidos por el azar.
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