Hay instantes en los que la rapidez de reflejos puede resultar crucial para distinguir la delgada línea que separa la vida de la muerte. Algo así sucedió el pasado 6 de noviembre en un partido de balonmano que disputaban el Bolaños juvenil y el Almadén en la cancha de éste último. Los protagonistas de esta historia estaban enfrentados en este encuentro de la Segunda División Territorial.
Entre los visitantes estaba Manuel Fernández, entrenador de los bolañegos, que veía cómo en el minuto 55, su equipo perdía por siete goles (33-26) y encima los jugadores del equipo contrario tenían la posesión. Enfrente, el jugador del Almadén Darío Cabrera intentaba lanzar a portería pero fue blocado duramente por la defensa bolañega, que salió al contraataque.
Cabrera cayó al suelo de la cancha y se quedó inmóvil y Manuel Fernández mostró en ese instante su rapidez de reflejos. Supo que algo, y no precisamente bueno, le estaba sucediendo al jugador del Almadén. Corrió hasta donde estaba Cabrera y advirtió que se estaba tragando la lengua y no podía respirar. Volvió al banquillo y cogió un tubo de Guedel, que se usa en estos casos.
En menos de tres minutos, Cabrera volvió a respirar y todo el asunto se quedó en un buen susto. Dada la categoría en la que juegan ambos equipos no hay asistencia médica en el pabellón y solamente alguien con conocimientos, pericia y buenos reflejos pudo salvar la vida a Darío Cabrera.
El resultado final del partido ya no interesó a nadie. Ni siquiera al técnico que perdió el encuentro pero ganó un amigo.
Fuente: crdiario
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