Revista Opinión

El Equipo para Orar – Parte 1

Publicado el 16 septiembre 2019 por Carlosgu82

 
“Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora.”
“De este tipo de oración”, dice Walter Hilton de Thurgarton, “habla nuestro Señor en un cuadro, a saber: ‘Y el fuego encendido sobre el altar no se apagará, sino que el sacerdote pondrá en él leña cada mañana… no se apagará.’ Es decir, el fuego del amor siempre estará encendido en el alma de un hombre o mujer devoto y limpio, el cual es el altar de Dios. Y el sacerdote cada mañana debe agregarle madera, y alimentar el fuego; es decir, este hombre por medio de salmos santos, pensamientos puros y un anhelo ferviente, debe alimentar el fuego del amor en su corazón a fin de que en ningún momento se apague.”1
 

El equipo la vida íntima de oración es sencillo. A veces no es fácil de conseguir. Consiste básicamente en un lugar tranquilo, una hora tranquila, y un corazón tranquilo.

1.- Un lugar tranquilo

Para muchos de nosotros, el primero de estos, un lugar tranquilo, nos es accesible. Pero hay miles de nuestros hermanos creyentes para quienes es casi siempre imposible retirarse a la soledad deseada del lugar secreto. La madre de familia, el estudiante en un lugar público, el soldado en su barraca, el joven en un internado escolar, y muchos más quizá no puedan siempre conseguir un lugar de quietud. Pero, “nuestro Padre sabe.” Y es confortador reflexionar en que el propio Príncipe de los peregrinos compartió la experiencia de estos. En la cabaña del carpintero en Nazaret había, según parece, nueve personas que vivían bajo un mismo techo.

Después, cuando nuestro Señor comenzó su ministerio público, hubo ocasiones cuando le resultaba difícil tener el privilegio de la soledad. Era recibido frecuentemente por quienes le demostraban una cortesía mínima, y no le daban un lugar donde retirarse. Cuando su espíritu anhelaba comunión con su Padre, enfilaba sus pasos hacia los escarpados montes. “Las montañas frías y el aire de la medianoche fueron testigos del fervor de su oración.” Y cuando, hombre sin casa, subía a Jerusalén para las fiestas, era su costumbre “valerse” del huerto de olivos de Getsemaní. Bajo las cargadas ramas de algún nudoso árbol que ya era viejo cuando Isaías era joven, nuestro Señor con frecuencia habrá durado, en la suave noche de verano, más que las estrellas.

Cualquier lugar puede ser un oratorio, siempre y cuando uno pueda encontrar tranquilidad en él. Y si no mejor lugar, el alma que se acerca a Dios, puede arroparse de quietud aun en la explanada o en la calle llena de gente. Una mujer pobre e una gran ciudad que nunca podía tener descanso del insistente clamor de sus pequeños, se hizo un santuario de la manera más simple. “Me tiré el delantal sobre la cabeza,” dijo ella, “y eso fue mi cámara.”2

NOTAS

  1. The Scale of Perfection, I. i. 1.
  2. “En su viaje de regreso de las Indias Occidentales al Clyde, Hewitson tuvo el privilegio de llevar a Cristo a uno de los marineros. ‘No me falta una cámara dónde orar’, dijo éste cierto día, hacia el final del viaje, ‘Simplemente puedo cubrirme el rostro con el sombrero, y estoy tan a solas con Dios como si estuviera en una cámara.’ el hombre había partido de Antigua un pecador perdido.

—Life de Hewitson, pág. 283.


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