La pequeña Leia se acostumbró casi desde el primer día a dormir sin pañal, demostrando un control y un aguante impropios. Con su hermano empezamos un par de semanas después, pero durante las noches le mantuvimos el pañal, porque no aguantaba tantas horas. Cuando por fin se lo quitamos por la noche, es cuando llega la anécdota. Para evitar fugas y escapes nocturnos, antes de acostarme, sacaba a Luke de su cama y lo llevaba en brazos al servicio, dormido. Parecía increíble, pero era –y sigue siendo– capaz de orinar sin despetarse. Y de vuelta a la cama, de nuevo en brazos. El quid era conseguir no despertarlo, porque entonces, la habíamos cagado.
Todo esto me viene a la memoria por un post de otro de los Papás Blogueros, el compañero Marq, Padre en Estéreo. En su blog contaba que se sentía como el mismísimo Indiana Jones, llevando a la cuna a uno de sus mellizos, intentando que no se despertara.
Volviendo a nuestra anécdota, ahora no es como entonces. Luke superó hace mucho el tema de los pipís nocturnos, pero en ocasiones se acuesta sin ir al baño antes, y seguimos haciendo la misma maniobra. Llevo sus veinte kilos largos de peso muerto en brazos, lo siento en la taza del váter sin que se inmute, y orina como si tal cosa. Me asombra esa habilidad. Hasta escurre la última gota, se relaja, y entonces no puedo dejar de sonreír cuando le da, dormido aún, el escalofrío de después.
Porque es indiferente a la edad que uno tenga. ¿O es que a vosotros cuando os desahogais no os da ese escalofrío?
¡Que la Fuerza os acompañe!
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