¿Realmente es posible que una persona asuma todos los postulados de un partido político? Pienso que no, si esto ocurriera, si un individuo aceptara como propios todos los postulados de un partido político, sería un síntoma de que no tiene personalidad, ni ideas propias. Es razonablemente imposible pues, que los postulados emanados de un partido político coincidan en su totalidad con la de sus militantes.
Pasa un poco lo mismo con la fe religiosa, me resisto a creer que un individuo tenga aceptados como válidos el 100% de los elementos y contenidos esenciales y fundamentales de la doctrina de su propia fe.
Podemos convenir que, de un modo u otro, en la política, cada ciudadano tiene un porcentaje variable de duda sobre los postulados de su opción militante o de voto y, si esta convención es aceptada, podemos convenir, igualmente, que no existen conservadores, fascistas, comunistas, liberales, socialistas, nacionalistas o anarquistas puros si no personas que se aproximan más a una filosofía política concreta, y dentro de esa aproximación con un margen de duda.
Incluso si analizamos las diversas tendencias, podemos ver puntos de unión entre posturas en principio tan antagónicas como los capitalistas y los socialistas.
Personalmente, soy partidario, muy partidario, de una educación de calidad, laica, gratuita, universalizada y obligatoria no solo hasta los los 16 años, incluso hasta una edad mas avanzada. Sería muy conveniente para la sociedad, pero la tozuda realidad es que menos del 20% matriculados en la E.S.O acaban sus estudios. En realidad, cada año que pasa el porcentaje es menor. ¿Tengo razón, mi postura es la correcta? Siento que sí, estoy absolutamente convencido, pero lo cierto es que la educación obligatoria no la superan ni 1 de cada 5 estudiantes. ¿De qué serviría prolongarla?
En este caso, mi posición sociopolítica se ve contradicha con la realidad de los datos. Estoy seguro, muy seguro, que muchos pensarán ante esta reflexión que me faltan datos, que el fracaso escolar depende de la calidad en las instalaciones, de transportes, de falta de medios, etc, y, en consecuencia, siempre en cualquier postulado político o social se puede ver contestado por un argumento igual de válido.
Y hemos llegado al 'quid' de la cuestión: ninguna persona tiene todos los datos económicos, sociales, culturales, ..., para validae que una políticas sea objetivamente mejor que otra y se basa en una subjetividad relacionada por su propio pensamiento que la conforma e intenta cuadrarla en una geopolíticamente o menos definida.
Por ello, el pensamiento político del simpatizante de una opción se suele modelar a la defensa de los postulados del partido de su elección, una especie de amor a los colores (que se diría en el mundo del fútbol) que hace que nuestra crítica racional hacia una ley o una actuación política este poco atemperada por el análisis critico y muy influida por el emisor del postulado.
Este mecanismo es el que explica que las corrupciones de los políticos de nuestro partido sean minimizadas y las de otro partido sean maximizadas y extendidas en el tiempo. Explica como para unos el asunto Gürtel son 'tres trajes' y para otros sea 'la mayor red de corrupción de la democracia española, y lo que para unos sean “unos errores administrativos para otros sea 'la mayor estada a las cuentas de la Seguridad Social'.
En la religión ocurre lo mismo, para un ferviente defensor de su fe: el velo islámico es un 'horrible acto de desprecio a la mujer' y los casos de pederastia son 'manipulaciones de la prensa anticristiana' y para otro ferviente defensor de su fe: 'en Occidente tratamos a nuestras hijas como putas' y los asesinatos terroristas son 'actos de sumisión a Dios'.
Parece, pues, que en la política, como en la religión, encontramos una forma de encontrar en nosotros una identidad sobrepuesta que nos hace encajar con un grupo social que, si bien, no nos coincide con nuestro pensar, somos capaces de sobreponernos porque es más interesante el sentido de pertenencia y encaje en la sociedad, o en parte de ella, que la libertad de pensamiento.
Parece que somos incapaces, como individuos de tomar nuestras decisiones y conformar nuestras ideas desde la base del análisis imparcial de hechos, independientemente de la imposición dogmática, instituciones políticas, o religiosas, que, invariablemente, quieren imponer su punto de vista ideológico.
El escepticismo no es una virtud, debería serlo, pero no lo es. Plantearse una postura escéptica no es agradable para el interlocutor, sea este personal o colectivo, inmediatamente eres tratado como incrédulo (como si crédulo fuera una postura mejor). Algo similar ocurre cuando te declaras laicista que eres tratado, invariablemente, de anticlerical (como si el clericalismo fuera una postura mejor).
Estas líneas pretenden incitar a mis lectores a la duda, al escepticismo, a la no asunción de todas las ideas, a la no militancia ciega, en resumen, pretenden incitar al librepensamiento.