Al señor concejal no le gusta que le administren la misma medicina
que él aplicó a otros.
Aunque no hace falta recordar quiénes son los que más han sufrido esta especie de persecución insultona, faltosa e intimidadora, sí es necesario subrayar que, en muchos casos, la acción no se limitó a la calle o los lugares de trabajo de los perseguidos (como es el caso de Barbero), sino que se llegó hasta la puerta de la vivienda del señalado y se esperó hasta que saliera (aunque fuera con sus hijos) para darle caña.
Este asunto, que en realidad no deja de ser menor (comparado con, por ejemplo, el de los sinvergüenzas que se lo llevan en crudo), es una ilustrativa muestra de eso que se llama ‘superioridad moral’, que hoy se arrogan consciente o inconscientemente quienes se sienten de izquierdas. La cosa se explica fácilmente: muchas personas tienen una especie de complejo que les hace creerse moralmente superiores a otras porque piensan como piensan; en otras palabras, persuadidos de que viven henchidos de la verdad absoluta, ven inferiores a los que carecen de esa verdad, y por ello se consideran legitimados para llevar a cabo acciones y manifestaciones que los otros, los inferiores, no. Es el mismo proceso mental (¿) que usan, a otra escala, terroristas y fanáticos de toda clase: ellos sí pueden pegar tiros, pero cuando en medio de la balasera son ellos los que caen, protestan a voz en grito, amenazan, insultan. Es el pensamiento único, que legitima hostigar al discrepante. Este tipo de actitud (que se sustancia en la idea de “una vara de medir para mí y los míos y otra para los demás”) ya se ha visto otras veces; por ejemplo, en tiempos de la Transición Española eran los grupos de ultraderecha (como Fuerza Nueva) los convencidos de ser posesores de la única idea verdadera, y por tanto eran los que iban acosando, reventando mítines, hostigando, agrediendo y, en algún caso, asesinando.
Sea como sea, también resulta oportuno recordar que algunos jueces han sentenciado a favor de los acosadores (a pesar de insultos y zarandeos) argumentando que eso “no es acoso sino un ejercicio de libertad de expresión garantizado por la Constitución, que lo respalda como derecho”. En román paladino, insultar, zarandear, amenazar es libertad de expresión, o lo que es lo mismo, cuando a finales de los setenta del siglo pasado los ultras antes mencionados iban acongojando por la calle (sobre todo por los alrededores de sedes de sindicatos y partidos de izquierda), vociferando los más ofensivos insultos y provocaciones y meneando puños y palos, lo que hacían era ejercer su libertad de expresión… Pero no, lo absolutamente cierto es que, entonces, nadie pensó que eso era libertad de expresión, al contrario, se le aplicó otro término mucho más apropiado.
La propia alcaldesa de la Villa ha declarado varias veces que “los escraches (…) son un ejercicio muy importante de nuestra libertad de expresión”, aunque lo que quiere decir es que son tal cosa “siempre que vayan contra los que piensen distinto y nunca si vienen contra nosotros”.
Ah!, el aludido concejal Tonsor fue defendido por la misma unidad policial que él trata de suprimir…
CARLOS DEL RIEGO