Ser escritor es como ser un atleta. Como escritor que también practica el atletismo, puedo afirmar que ambas están muy relacionadas. Escribir requiere de una fuerte motivación, disciplina, esfuerzo, una gran fuerza interior y una óptima preparación. Lo mismo que para correr.
En la carrera de un escritor se presentan momentos para hacer sprints o correr largas distancias sin desfallecer, en solitario, en busca de una meta que muchas veces parece inalcanzable. Momentos para compartir los éxitos con quienes te animan y momentos para sufrir en soledad cuando afrontas desafíos en la escritura, en la edición o en la promoción. Normalmente no hay sufrimientos a la hora de cobrar los ingresos, ni en la carrera de escritor ni en la del atleta profesional. Si bien, cobrar es igual de difícil en ambas profesiones.
El escritor debe superar nuevas metas con cada libro y el atleta nuevas marcas en cada carrera. A uno le critican cada línea que escribe y a otro si su estilo es bueno corriendo o parece una nenaza. Son profesiones exigentes. Los escritores se mueven en un mundo editorial de hipocresías y artificialidad, de puñaladas traperas, donde un establishment dicta quién sube o baja, a quién se apoya mediáticamente o no. Los atletas viven en un mundo en el que la imagen lo es todo y los patrocinadores se cobran su apoyo y dinero sobradamente.
Muchas veces se premia o se ensalza libros que no valen nada, o se sube al pedestal a atletas que no lo merecen pero que dan bien en televisión.
El compañerismo brilla por su ausencia en el mundo literario, y en el del atletismo las zancadillas están a la orden del día.
Un escritor de raza sigue escribiendo a pesar de todo. Un buen atleta corre por nuevas metas con la misma ilusión de la primera carrera.
Un escritor atleta es imparable. Su resistencia es inspiradora. Su triunfo, emociona.