Revista Cultura y Ocio
Una nube es un tímido gigante, que desea tomar una forma definida. Cada nube es diferente a la anterior. Les gusta sentirse diferentes, especiales... No todas quieren tener la misma forma, ellas quieren que cuando los demás seres se paseen debajo de la cúpula celestial donde ellas habitan, piensen: "Mira esa nube, es preciosa, se diferencia del resto de nubes"
Pero las nubes son seres ingenuos. No saben que para cada pequeño, minúsculo, o gigante ser hay una nube que siempre será especial. Siempre hay una nube que destaca por encima de otras.
Un ente liviano como el aire, y a la vez, pesado como el plomo, tiene la graciosa tarea de darles a todas las nubes su capricho. No solo es un escultor de nubes, es un hacedor de sueños. Es tan grande que abarca todo el cielo, y a la vez, es tan ínfimo que puede darle a las nubes cada pequeño detalle que ellas deseen.
Este escultor de nubes nunca duerme, para él nunca es de noche. Es amable con sus clientas, nunca les dice que son insuficientemente esponjosas, o que su tono de blanco no es parecido al satén. Eso a ellas no les gusta, y nadie quiere ningún disgusto. Todos sabemos que los disgustos de las nubes son muy tediosos para nosotros, los terrestres.
Nuestro escultor las ayuda cuando están enfadadas, y deciden relampaguear. También las consuela cuando rompen a llover... Este escultor tiene empatía, no debe de ser fácil vivir siendo una nube. Ellas quieren sentirse especiales, antes todos se paraban y miraban al cielo. Antes los demás seres les prestábamos mas atención, ahora, en cambio, se sienten solas.
El escultor de nubes también está presente cuando nace una nueva amiga. Son sus momentos favoritos. El nacimiento de una nube es algo digno de ver, pero es un proceso muy lento. Primero se ve una leve niebla, tímida, traslucida. Cuando nuestra pequeña niebla ha cogido suficiente confianza con el escultor de nubes, decide espesarse, así poco a poco, sin prisa, el escultor es un ser muy paciente, y sabe lo lentas que pueden llegar a ser sus amigas. Finalmente, la nueva nube ve la sonrisa de nuestro escultor, y decide devolvérsela, con un gesto amable, y suave. La nieblecina densa que antes fue, ahora se ha convertido en intocable algodón, que flotara durante unos cuantos eones por el cielo.
Yo he tenido el placer (¡y la suerte!) de ver y hablar con este peculiar escultor. Ocurrió un día mientras volaba de aquí para allá, me tope con una nube, como suelo hacer siempre. Yo la salude cordialmente, pero ella, muy ofuscada, relampagueó un poco... ¡y la muy descarada no me devolvió el saludo! Las nubes son demasiado temperamentales, a veces desearía que no existiesen, pero cuando pienso eso me arrepiento a los pocos segundos. Un mundo sin nubes seria un mundo demasiado triste.
El escultor de nubes se acerco rápidamente. Su voz era suave, lisa y esponjosa. Es una voz que nunca había escuchado, y como buena científica de casos imposibles que me consideraba, me acerque a escucharlos conversar. Aquella voz melosa me volvió a sorprender estando más cerca. Uno nunca puede ver al escultor, es grande, y tan pesado como el aire. Pero puedes intuir su presencia, tan solo sentirás como el calor embriaga tu cuerpo, y tus cabellos se mueven azotados por una graciosa brisa de verano, aun estando en otoño. El escultor calmo rápidamente a la pequeña nube, que dejo de relampaguear enseguida. Como recompensa, este amable ser el regalo una nueva forma, y la empujo con su brazo hecho de viento del norte, para que la nube recorriese nuevos horizontes.
Quedándonos solos el escultor y yo, y teniendo una curiosidad más que despierta dentro de la cabeza, me deje guiar por su presencia. Tuve el placer de oír esa voz de algodón que tanto me gusto antes, y pude, además, preguntarle algunas cosas. Descubrí, que él vive por y para las nubes. Que de joven se enamoro de una de ellas, y que desde entonces ha estado buscándola.
La historia del escultor me conmovió hasta la medula, y tuve que escribirla en un trozo de brisa para que el amable ser que me abrió su corazón la tuviese a mano. Las científicas de casos imposibles podemos hacer esas cosas. Antes de ser escultor, fue humano.
Era un humano sencillo, de tradiciones. Su padre miraba al cielo cuando era de noche, y se enamoro de una estrella, entonces el se convirtió en una galaxia. El miraba al cielo de día, y se enamoro de una nube. No le puedo culpar, son muy coquetas cuando quieren. Era la nube más bella, suave, y blanca, no de un blanco hueso, o marfil, de un blanco tan brillante como la luz misma, que encandilaba a todos los trotamundos que alzaban la mirada al cielo. Era normal que se enamorase, con una nube de tal belleza es imposible no hacerlo.
Todos los días veía a su nube. No conocía su nombre, pues las nubes son reacias a darlo a conocer, los vientos son muy cotillas... Pero todos los días su nube se posaba unos minutos sobre su cabeza.
Conforme pasaban los días, su peso se fue evaporando, y su corazón fue ascendiendo. Aquel humano cada día se sentía más cerca del cielo. Un día su nube no pudo aparecer, pero él no le dio importancia, a veces las nubes están muy ocupadas, ya que son como héroes modernos: haciendo llover donde antes solo había sequía, apagando incendios, y llenando arroyos que yacían secos hace algunos años.
Al día siguiente tampoco pudo ver a su nube, pero el seguía manteniendo su esperanza. Su corazón hacía ya bastante tiempo que se había evaporado en el aire, que se había consumido, y que había empezado a viajar.
Aquel humano había empezado a escuchar a su nube, por lo que sabía que ellas tenían cosas que hacer, no se preocupaba, "estará bien" se decía todos los días.
Para hacer la espera más aguantable, comenzó a observar a las nubes, a ver sus diferencias, sus temperamentos. Le gustaba mucho escucharlas, saber más cosas de ellas. Lo que más le gustaba era verlas nacer. Aquel humano tuvo la suerte de ser testigo de un nacimiento. Pero el seguía pensando en su nube, comenzó a preocuparse cuando paso un año sin ella. Preguntaba a las demás nubes, pero no sabía su nombre, ella no había tenido tiempo para revelárselo.
Aquel humano con el corazón evaporado, se hacía cada vez más trasparente, cada vez más ligero. Comenzó a ascender a los dos años de la partida de su amada. Conforme mas subía, menos pesaba. Conforme mas subía, mas grande se volvía, mas espacio ocupaba. Se difumino en el cielo a los tres años de la partida de su nube.
Así fue como el humano se entero de que las nubes también pueden morir. El comprendió que su amada nube ya no estaba. Aquel humano perdió su cordura, lo perdió todo. Perdió lo que quedaba de su diluido cuerpo, perdió lo que le quedaba de confianza, de sonrisa. Hubo algo que no pudo perder, hubo algo que su nube había conseguido salvar, y es que ella se llevo su diluido corazón antes de partir. Ese corazón se hizo más y más grande. Y su amor por su nube fue lo que le devolvió la esencia a aquel corazón, aquel trozo de aire usado, y gastado de tanto amar.
Nunca pudo hacer a su nube feliz, así que se propuso hacer a todas las demás compañeras de su amada lo más felices posible. Les daba forma, al principio torpemente, pero con los siglos aprendió a hacerlo mejor. Las calmaba cuando estaban tristes, y les ofrecía una cálida sonrisa cuando la pedían. Las nubes se acostumbraron, y agradecieron su presencia. Y el encontraba en cada una de ellas un poco de su amada nube. Así aprendió que las nubes nunca mueren del todo.
Su padre que miraba el cielo de noche se enamoro de una estrella y se convirtió una galaxia. El que miraba el cielo de día se enamoro de una nube, y se convirtió en escultor.
Deje de apuntar sus palabras de algodón en aquel trozo de brisa kilométrico, era suficiente para mis reportes. Decidí guardar esta historia también para mi, para que cuando viese a otra nube desamparada pudiese calmarla, aquel amable ser ya tenia demasiado trabajo para el solo. Apunte todo lo que el escultor me contó en mi cuaderno de viaje, hecho de recuerdos, palabras y gotas de roció, y con un poco de su ayuda, volví a partir con el viento del sur, pues las científicas de casos imposibles siempre tenemos algo nuevo que contar.